sábado, 18 de julio de 2009

Crisis económica mundial: ¿Predicción bíblica? por Clifford Goldstein

A medida que el mundo se desliza hacia la depresión económica, las personas se preguntan si esto ya fue profetizado por la Biblia. El autor examina la evidencia.


Al principio, pocos prestaron atención cuando un par de bancos inversionistas de Wall Street se fueron a pique. La mayoría de las personas se encogieron de hombros, tal vez incluso algunos sintieron un poco de alegría. ¡Así que unos pocos ricachones tendrán que sacar a sus hijos de esos centros preescolares de Manhattan que cobran 10.000 dólares por mes!

Pero luego hemos escuchado más. Grandes nombres que han sido parte del panorama financiero de los Estados Unidos durante más tiempo del que podemos recordar —Bear Stearns, Merrill Lynch, Lehman Brothers, Fannie Mae, Freddie Mac, Citigroup, Wachovia y otros—, sufrían graves hemorragias, conectados a una máquina que los mantenía vivos, en el mejor de los casos. Sin embargo, la mayoría de los estadounidenses no se preocuparon, porque trabajan en Main Street, no en Wall Street; es decir, no pertenecen al mundo financiero, son gente común, “de la calle”.

Pero entonces la Bolsa de Comercio se desplomó, como aquellos cohetes del pasado que los científicos de la NASA no sabían cómo poner en órbita. Cuando se redujeron los fondos para estudios, cuando los fondos de jubilación se desplomaron, cuando los propios bancos —los que tienen su dinero— se derrumbaron, esto se convirtió en un juego totalmente siniestro. Hablar de recesión, de depresión, del retorno a la década de 1930, se convirtió de repente en noticia de primera plana en todos los diarios. ¡Y luego la economía mundial también se desplomó!

Se trataba de una crisis épica, de “magnitud histórica”. Algunos incluso se refieren a esta crisis como un acontecimiento de proporciones bíblicas.

¿Bíblicas?

¿Tiene la Biblia realmente algo que decir acerca de los tiempos en que vivimos, y lo que podríamos estar enfrentando con esta repentina agitación económica? La respuesta es sí; y he aquí por qué: Porque las profecías trazan un panorama amplio del fin que obviamente se está cumpliendo en nuestros días.

Para empezar, no estamos diciendo que si usted recorre las profecías de Ezequiel o Daniel encontrará las predicciones sobre la caída de Lehman Brothers y otros grupos financieros similares. La Biblia no trata esto. En lugar de ello, la Sagrada Escritura, en particular la profecía, pinta el futuro con grandes pinceladas. Aunque puede haber algunas predicciones sorprendentemente precisas en algunos textos, muchas profecías simplemente nos ayudan a ver cómo un libro escrito hace miles de años puede describir las grandes líneas del futuro, incluso los tiempos que estamos viviendo. Esto nos ayuda a confiar en ella como la Palabra de Dios.

Jesús mismo expresó este principio de un modo más claro cuando dijo: “Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy” (S. Juan 13:19). En otras palabras, cuando esto suceda, sabrás que te lo advertí. Así pues, la profecía nos ayuda a prepararnos de antemano para lo que va a suceder.

Los tiempos de dificultad económica ya han sido predichos

No hay duda de que hace dos mil años, el libro de Apocalipsis predijo caos y colapso económico justo antes del regreso de Jesús. Apocalipsis 18 describe que antes de la venida de Cristo habrá un tiempo de gran apostasía moral y política en todo el mundo, y de rebelión contra Dios. En el mismo libro de Apocalipsis, Babilonia es un símbolo de los poderes políticos y religiosos que rigen hoy en día. Usted recordará que Babilonia fue el antiguo imperio que destruyó a Jerusalén, la ciudad santa de Dios, y mantuvo cautivo al pueblo de Dios durante 2.500 años.

A continuación leamos cómo describe Apocalipsis este gran poder político y religioso: “Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites” (Apocalipsis 18:2, 3).

Estos versículos apuntan a varias cosas. En primer lugar, Babilonia es un sistema político, religioso y moral corrupto. En la Biblia, el “adulterio” de las naciones o los sistemas es un símbolo del alejamiento de la verdad y la fe, y de adherencia a falsas creencias. En segundo lugar, la afirmación de que “los reyes de la tierra” cometen adulterio con Babilonia, muestra cuán interrelacionado está el mundo con este poder corrupto. Esto encaja muy bien con la economía global de hoy en día. En tercer lugar, estos versículos muestran cómo, en medio de este sistema corrupto, muchos “mercaderes” —símbolo de los negocios y el comercio—, se enriquecerán excesivamente. Para tener una idea de la clase de codicia de la que habla la Biblia, uno tiene que pensar solo en los sueldos y bonificaciones en millones de dólares de algunos de estos ejecutivos que dirigían empresas quebradas.

El colapso de Babilonia

Entonces, ¿cuál es el destino de este sistema llamado Babilonia? Apocalipsis es muy claro: “Y los reyes de la tierra que han fornicado con ella, y con ella han vivido en deleites, llorarán y harán lamentación sobre ella, cuando vean el humo de su incendio, parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio! Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres. Los frutos codiciados por tu alma se apartaron de ti, y todas las cosas exquisitas y espléndidas te han faltado, y nunca más las hallarás. Los mercaderes de estas cosas, que se han enriquecido a costa de ella, se pararán lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentando” (Apocalipsis 18:9-15).

La lista de productos no se aplica a nuestros días enteramente pero el cuadro que presenta sí: Babilonia enfrentará la ruina económica. Todo el sistema se derrumbará, y las riquezas de las personas e instituciones desaparecerán al instante. ¡Y todo en menos “de una hora”! Sí, esto indica con qué rapidez puede ocurrir la ruina financiera. De hecho, como hemos visto en algunas empresas de Wall Street en los últimos días, miles de millones de dólares pueden esfumarse ¡de la noche a la mañana!

Nadie podrá comprar o vender

Y esto no es todo lo que Apocalipsis tiene que decir acerca de la economía mundial de los últimos días. Después de la advertencia acerca de las falsas enseñanzas del sistema político y religioso mundial, en rebelión contra Dios, habla de la persecución económica contra los que se niegan a formar parte del poder prevaleciente: “Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre” (Apocalipsis 13:16, 17).

Durante los últimos dos milenios, ha habido una gran cantidad de especulaciones respecto de lo que esto significa exactamente. Una cosa parece clara: Habrá una gran presión económica, para que todos se ajusten a lo que es aceptable dentro del sistema religioso imperante; y quienes se nieguen, serán perseguidos. No sabemos cómo y cuándo se concretará todo esto, pero la Biblia nos ha advertido acerca de ello. Por lo tanto, es importante que estudiemos la Palabra de Dios para conocer cuáles serán los problemas que habremos de enfrentar, y así podamos estar preparados para lo que vendrá sobre el mundo.

Nuestra única y verdadera seguridad

Mientras escribo estas palabras, es demasiado pronto para saber a dónde irá a parar la crisis económica actual. Sin embargo, algo es muy cierto: las cosas de este mundo son fugaces, inciertas y frágiles. En una noche hemos visto desaparecer fortunas. Cuán verdaderas son las palabras de Juan: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:16, 17).

Sí, las cosas de este mundo —dinero, cargos, poder, incluso nuestra salud— son efímeras, transitorias, y pasarán. La buena noticia, sin embargo, es que la misma Biblia que nos advierte acerca de la caída de Babilonia, también habla de otra ciudad: la Nueva Jerusalén. Juan dijo: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:2-4).

Gracias a Jesús y a su muerte, cada ser humano tendrá la oportunidad de vivir en esta Nueva Jerusalén, donde las intrigas y tragedias de Babilonia serán para siempre cosas del pasado.

No sabemos el curso inmediato de la crisis actual. Pero, según la Biblia, sabemos que Jesús desea tenernos en su Nueva Jerusalén, donde todos nuestros problemas económicos se esfumarán para siempre. Esta es una verdad que usted puede depositar en su banco espiritual, y estar seguro de que jamás se perderá.


Fuente: El Centinela
Autor: Clifford Goldstein, prolífico escritor adventista. Editor de la Guía de estudio para adultos para la Escuela Sabática. Desde 1992 hasta 1997, fue redactor de ‘Liberty’, y 1984-1992, editor del Shabat Shalom. El tiene M.A. in Ancient Northwest Semitic Languages de la Johns Hopkins University (1992). Es autor de unos 18 libros, los más reciente son "God, Godel, and Grace" y "Graffiti in the Holy of Holies".

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viernes, 3 de julio de 2009

Interpretemos los tiempos. Por Roy Adams

Debemos evitar la histeria y permanecer cerca de las Escrituras.

Existen diversas versiones de la leyenda del Papa y de un anciano judío llamado Moishe. He aquí una de ellas.

Hace más de un siglo, el Papa decidió que todos los judíos tenían que abandonar Roma. Pero al enterarse del alboroto de la comunidad judía y, con la intención de parecer conciliatorio, se le ocurrió una novedosa idea. Propuso debatir con cualquier miembro de la comunidad judía. Si esa persona ganaba el debate, los judíos podrían quedarse, pero si el Papa ganaba, tendrían que abandonar la ciudad.

Como los educados y poderosos judíos no se animaban a enfrentar a este gigante de la cristiandad, la comunidad terminó escogiendo a un viejo conserje llamado Moishe. No obstante, como estaba preocupado debido a su escaso poder de oratoria, Moishe aceptó participar del debate con una condición: que el evento se realizara sin pronunciar palabra. Increíblemente, el Papá aceptó el reto.

Al llegar el gran día, se sentaron frente a frente. Durante un minuto, se miraron sin moverse y sin pronunciar palabra. Finalmente, el Papa levantó su mano y mostró tres dedos. Moishe lo miró y levanto un solo dedo. El Papa entonces trazó un círculo en el aire con un dedo por sobre su cabeza. Moishe señaló con decisión el suelo bajo sus pies. El Papa entonces extrajo una ostia y una copa de vino, y los colocó sobre la mesa. Moishe extrajo una manzana y la puso frente a él.

Ante esta acción, el Papa se puso de pie y dijo: “Me rindo. Este hombre es demasiado bueno. Los judíos pueden quedarse”.

Después del encuentro, los cardenales se reunieron con el Papa y le preguntaron qué había sucedido. Este contestó: “En primer lugar levanté tres dedos para representar la 
Trinidad. Él levantó uno para recordarme que hay un Dios, que es común a todas las religiones. Entonces le marqué con un dedo que Dios está en todas partes. Él respondió señalando el suelo, mostrando que Dios también está aquí con nosotros. Extraje el vino y la ostia para mostrarle que Dios nos absuelve de nuestros pecados. Él extrajo una manzana para recordarme el pecado original. Tenía una respuesta para todo. ¿Qué podía hacer?”

Entretanto, la comunidad judía se agolpó alrededor de Moishe, maravillada de que este anciano conserje sin educación hubiera hecho lo que todos sus eruditos habían insistido que era imposible. “¿Qué sucedió?”, le preguntaron. “Bueno –dijo Moishe– en primer lugar levantó tres dedos para decirme que los judíos teníamos tres días para salir de Roma. Yo levanté un dedo para decirle que ninguno de nosotros se iría. Entonces trazó un círculo con su dedo por sobre su cabeza, para expresar que la ciudad quedaría libre de judíos. Yo señalé el suelo con mi dedo para decirle que nos quedaríamos aquí mismo”.

–¿Y entonces?, preguntó una mujer.

–No sé –dijo Moishe– el sacó su almuerzo y yo saqué 
el mío.

La moraleja del relato: puede ser que todos estemos mirando los mismos eventos, las mismas señales, las mismas evidencias, todas silenciosas, y las interpretaciones que a menudo les damos están basadas en nuestras presuposiciones personales.

Por esta razón es esencial que a menudo nos sentemos a los pies de Jesús y escuchemos una vez más –con oídos más atentos y exentos de prejuicios– lo que él tiene para decirnos sobre el fin del mundo. Una de las porciones de la Escritura más sustanciosas al respecto, se halla en Mateo 24. Por razones de espacio, me ocuparé aquí solamente de los primeros doce versículos, ya que resumen de manera efectiva todo 
su discurso.

En calma y sin histeria

En respuesta a la admiración que sentían los discípulos por el templo, en los versículos 1 y 2 Jesús predijo su destrucción. Profundamente escandalizados, tres de ellos se acercaron a Jesús en privado para que les aclarase ese punto. “¿Cuándo serán estas cosas –preguntaron– y que señal habrá de tu venida y del fin del siglo?”

Los discípulos preguntaron dos cosas: por el tiempo y las señales. Jesús habla de las dos, pero es importante notar qué es lo que responde en primer lugar. Como si no oyera lo que le preguntaban, dijo: “Mirad que nadie os engañe” (vers. 4). El tema del engaño es una parte esencial de la respuesta de Jesús, y volveremos a ello. Pero por el momento, miremos lo que dicen los versículos:

“Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin. Se levantará nación contra nación 
y reino contra reino; y habrá pestes, hambres y terremotos en diferentes lugares. Pero todo esto es solo principio 
de dolores”.

Lo que noto al analizar estos pasajes es la calma de Jesús, la ausencia de todo rastro de histeria. Ante la calamidad y el desastre, los discípulos no tenían que esperar que el fin se produjera inmediatamente. En efecto, Jesús en realidad traza un bosquejo que implica un futuro más lejano. “Es necesario –dijo– que todo esto acontezca, pero aún no es el fin”. En otras palabras, no deberíamos tratar de establecer una conexión directa entre un conflicto militar o los desastres naturales y la Segunda Venida. Como adventistas, hemos tenido la tendencia a vincularla con la guerra y las crisis económicas. Durante las Guerras Mundiales, nuestras predicaciones abundaban en predicciones como esas. (Y desde el punto de vista humano –según ciertas presuposiciones– así parecía). Pero las guerras terminaron y Jesús no regresó.

La Gran Depresión de la década de 1930 hizo que millones quedaran sin empleo y muchos pasaran hambre. Fue un colapso económico de gran magnitud. Pero la Gran Depresión no produjo el regreso de Cristo.

En 1991, cuando estaba por comenzar la Guerra del Golfo y Saddam Hussein lanzaba advertencias aterradoras sobre “la madre de todas las batallas”, nuestro sesgo profético cobró vida nuevamente, y algunos adventistas proclamaron desde el púlpito y la palabra escrita que pronto se produciría la batalla del Armagedón.

Hoy día, la histeria continúa. Un obrero adventista ha estado afirmando que tiene informes secretos, que recibió de un pastor evangélico anónimo, que dicen que el presidente de los Estados Unidos (en ese entonces, George W. Bush) había dado órdenes secretas a todas las Fuerzas Armadas del país sobre qué hacer cuando se produzca la siguiente crisis. Una vez que llegue la crisis –ya sea por un ataque terrorista o colapso financiero– las familias del personal militar tendrían 
dos horas para salir de las ciudades en dirección a las montañas o a poblados aislados. Todas las principales ciudades de los Estados Unidos serían selladas, y nadie podría ingresar o salir de ellas. Entretanto, los militares ya habrían almacenado millones de ataúdes (quinientos mil tan solo en el área de Atlanta) supuestamente para poner allí los millones de cuerpos de los que serían sacrificados. Y parece ser que los adventistas deberían almacenar alimentos y tenerlos a mano para huir también a las montañas.

Me desconcierta pensar que hay adventistas atrapados en semejantes ideas que degradan el valor de la profecía y hacen de la religión algo ridículo ante los ojos de otros que podrían simpatizar con ella y aun llegar a ser creyentes. Una de nuestras principales preocupaciones debería ser la credibilidad de la iglesia a largo plazo. Ya sea mediante la palabra escrita o hablada, deberíamos expresar las cosas de tal forma que los detractores de la iglesia no puedan rechazar o burlarse de nuestras afirmaciones con facilidad.

Recordemos que nuestras predicciones que hablan de la proximidad de la venida, basadas en la última calamidad de turno, no influyen sobre el momento del evento. Si así fuera, Jesús habría regresado a mediados del siglo XIX, en una época de expectativa y fervor sin precedentes.

Nos referimos aquí al Dios soberano del universo. Sus planes no se ven afectados por la interpretación errada que haga yo de la profecía. Como lo expresó Elena White: “Como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora” (El Deseado de todas las gentes, p. 23).

Lo que más me preocupa
Lo que más preocupa al leer Mateo 24 no es lo que Jesús dijo sobre las guerras, los terremotos, las hambrunas y las pestilencias, ¡sino lo que dijo sobre nosotros! Después de mencionar que sus seguidores serían perseguidos, muertos y “odiados por todos” Cristo dice que “muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se odiarán” (vers. 9, 10).

Con esto en mente, escuchemos a Elena White: 
“Conforme vaya acercándose la tempestad, muchos que profesaron creer en el mensaje del tercer ángel, pero que no fueron santificados por la obediencia a la verdad, abandonarán su fe, e irán a engrosar las filas de la oposición […]. Hombres de talento y elocuencia, que se gozaron un día 
en la verdad, emplearán sus facultades para seducir y 
descarriar almas. Se convertirán en los enemigos más encarnizados de sus hermanos de antaño” (El conflicto de los siglos, p. 666).

Leamos a continuación el versículo 11: “Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos”. A veces creemos que somos la generación más inteligente, pero entre nosotros se encuentran los seres más cándidos que alguna vez anduvieron por el planeta. En la primavera de 2005, 
miles de personas peregrinaron bajo un puente de ferrocarril en Chicago, donde el agua de los desagües había creado una mancha que se decía parecía la Virgen María.

Si una mancha de un desagüe pudo producir semejante respuesta, imagine lo que sucederá cuando se cumpla lo 
que escribió Elena White: “El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el mismo Satanás se dará por el Cristo […]. En varias partes de la tierra, Satanás se manifestará a los hombres como ser majestuoso, de un 
brillo deslumbrador […]. La gloria que lo rodee superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito de triunfo repercutirá por los aires: ¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido! El pueblo se postrará en adoración ante él, 
mientras levanta sus manos y pronuncia una bendición sobre ellos […]. Cura las dolencias del pueblo, y luego, en 
su fementido carácter de Cristo, asegura haber mudado 
el día de reposo del sábado al domingo […]. Es el engaño 
más poderoso y resulta casi irresistible” (El conflicto de los siglos, p. 682).
Estas son las cosas que más nos tienen que preocupar. ¿Permaneceremos fieles?

El clímax del pasaje

Si buscamos una señal que marque la inminencia real 
de la venida de Jesús, una señal que, cuando se cumpla, 
podamos decir: “¡Esa es!”, tenemos que leer Mateo 24:14: 
“Y será predicado este evangelio del Reino en todo el 
mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces 
vendrá el fin”.

Esta no es una señal llamativa. No produce histeria alguna. No hace uso del recurso del pánico. Pero es de suma importancia. Es la única señal que Jesús conectó en forma directa con su advenimiento.

Puede ser que algunos se regocijen perversamente en el aparente lento avance del evangelio, al asumir que pueden disfrutar todavía del mundo mientras están atentos al 
cumplimiento de la comisión evangélica, y entonces regresar a la iglesia poco antes del fin.

Pero esta es una actitud sumamente necia. En primer lugar, el cumplimiento de la predicación del evangelio a todo el mundo no es algo que podamos medir en términos 
humanos. Como humanos no podemos saber cuándo se completará esta tarea según la sabiduría inescrutable de Dios. Tampoco podemos tener idea de la multitud de 
agencias que nuestro omnipotente Dios ha destinado para cumplir su obra entre las naciones. Solo la eternidad lo 
revelará (y, creo yo, nos llevaremos grandes sorpresas).

En segundo lugar, tenemos que considerar la incertidumbre de la vida. En la mañana del 11 de septiembre de 2001, catorce mil almas se dirigieron a sus oficinas y citas en las inmensas torres gemelas en la ciudad de Nueva York. 
Ninguno sospechó siquiera vagamente que sería un día distinto. Pero cuarenta segundos después de las 8:46, se produjo una explosión y la desaparición de miles de personas sin mediar advertencia.

Nuestra única seguridad radica en estar firmes en Dios hoy mismo y cada día, permitiendo que la Gran Comisión se cumpla en nosotros y por nuestro medio.

Tiempo de expectativa y gozo

La redacción de Lucas 21:25-28 nos lleva a la conclusión que inmediatamente antes del advenimiento habrá una repetición de ciertos presagios, acaso en una escala más intensiva. El pasaje habla del sol, la luna y las estrellas; de angustia y confusión en la tierra; y de la conmoción de las potencias celestes. “Entonces –dice Jesús– verán al Hijo 
del hombre que vendrá en una nube con poder y gloria” (vers. 27).

Pero al pasar por este tiempo de calamidades, no 
debemos temer. Cuando veamos que suceden estas cosas, 
levantemos nuestras cabezas, enderezcamos nuestros hombros, pongámonos de pie, sonriamos y cantemos. Que en ese momento, el gozo pleno de esa fantástica esperanza repercuta en cada fibra del ser, “porque vuestra redención está cerca” (vers. 28).


Fuente: AdventistWorld.com
Autor: Roy Adams es el redactor de asociado
 Adventist World. Ha sido editor asociado de la Adventist Review desde 1988. Anteriormente, Adams servido a la Iglesia Adventista en los EE.UU. y Filipinas. Obtuvo un ThD en la Andrews University. Es autor de varios libros incluyendo El Santuario (The Sanctuary, Review and Herald, 1994) y La naturaleza de Cristo (The Nature of Christ, Review and Herald, 1994).

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