viernes, 5 de marzo de 2010

¿Qué nos dicen los terremotos? Por Carlos A. Steger

Cada nuevo terremoto nos avisa que nuestra salvación “está cerca, a las puertas”
(Mateo 24:33). ¿Estamos preparados para el gran día final?
“De repente todas las casas quedaron en ruinas; parecía el fin del mundo”, relató un habitante del pueblo de Jabla, en Cacherima, que logró salvarse del devastador terremoto (7,6 en la escala de Richter) que azotó a Pakistán y regiones aledañas el 8 de octubre de 2005.1

En los últimos meses, hemos presenciado una sucesión alarmante de catástrofes naturales de gran poder destructivo, que han dejado como saldo miles de muertos y cuantiosos daños materiales. Baste recordar, por ejemplo, el terremoto combinado con un tsunami que ocasionó 283.106 muertos el 26 de diciembre de 2004 en el sudeste asiático.

Según la Biblia, ¿qué relación tienen los terremotos con el tiempo del fin?

Los terremotos en la historia de la salvación

Los hechos culminantes del plan de salvación fueron acompañados por manifestaciones en la naturaleza, particularmente terremotos. Cuando Cristo murió en la cruz, “la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27:51). Al amanecer del domingo, nuevamente “hubo un gran terremoto”, esta vez asociado con la resurrección del Salvador (Mateo 28:2).

De la misma manera, un terremoto acompañará la finalización de la intercesión de Cristo en el Santuario celestial (Apocalipsis 8:5; 11:19). Poco después, el desenlace final del gran conflicto en este mundo estará marcado por “un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra” (Apocalipsis 16:18). Ninguna catástrofe registrada hasta ahora se igualará a la convulsión que experimentará la tierra entera cuando descienda el Rey de reyes y Señor de señores. La descripción de Elena de White es muy vívida:

“Es a medianoche cuando Dios manifiesta su poder para librar a su pueblo. [...] La naturaleza entera parece trastornada. Los ríos dejan de correr. [...] En medio de los cielos conmovidos hay un claro de gloria indescriptible, de donde baja la voz de Dios semejante al ruido de muchas aguas, diciendo: ‘Hecho está’. Esa misma voz sacude los cielos y la tierra. Síguese un gran terremoto, ‘cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra’. [...] Los montes son movidos como una caña al soplo del viento, y las rocas quebrantadas se esparcen por todos lados. Se oye un estruendo como de cercana tempestad. El mar es azotado con furor. [...] Toda la tierra se alborota e hincha como las olas del mar. Su superficie se raja. Sus mismos fundamentos parecen ceder. Se hunden cordilleras. Desaparecen islas habitadas. Los puertos marítimos que se volvieron como Sodoma por su corrupción, son tragados por las enfurecidas olas”.2

El terremoto de Pakistán, que mencioné al principio, parece insignificante ante esta descripción del verdadero fin del mundo. Pero, ¿tienen algún significado los terremotos actuales?

Terremotos como señales del fin

La Biblia anuncia que luego de la persecución religiosa de la Edad Media ocurriría un terremoto de grandes proporciones y habría señales cósmicas que anunciarían la proximidad del fin. “Miré cuando abrió el sexto sello”, escribió el apóstol Juan, “y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre” (Apocalipsis 6:12). Según la mayoría de los intérpretes, esta profecía se cumplió con el terremoto de Lisboa, el 1º de noviembre de 1755. Alcanzó una magnitud de 8,7 en la escala de Richter y una inusitada extensión, ya que sus efectos se sintieron en gran parte de Europa, el norte de África y hasta el Caribe. El sismo combinado con un maremoto dejó un saldo de 70.000 muertos. Hasta el día de hoy, figura entre los terremotos más destructivos de la historia.3

Jesús también mencionó los terremotos en su sermón profético. Los discípulos le preguntaron qué señales habría de la destrucción de Jerusalén y de su segunda venida (Mateo 24:3). En su respuesta, Cristo se refirió a ambos eventos sin diferenciarlos entre sí. Si les hubiera revelado todos los acontecimientos futuros, no habrían podido soportar la visión. No obstante esta ambigüedad, en la primera parte (vers. 4-20), el Señor presentó los hechos previos a la destrucción de Jerusalén, pasando luego a las señales de su Segunda Venida (vers. 21-42).

Las conocidas palabras de Jesús: “Habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (Mateo 24:7) están en la primera parte del discurso. Se refieren, en primera instancia, a las calamidades naturales que ocurrieron entre la muerte de Cristo y la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.4 “Hubo una serie de fuertes terremotos entre el año 31 y el año 70. Los peores ocurrieron en Creta (46 ó 47), Roma (51), Frigia (60) y Campania (63). Tácito (Anales xvi. 10- 13) también menciona fuertes huracanes y tormentas en el año 65”.5

¿Es correcto, entonces, que citemos este texto para probar que los terremotos y otros desastres naturales son señales del pronto regreso de Cristo?

Sí. Debemos seguir citándolo, porque las palabras de Cristo tienen un sentido amplio. “La ruina de Jerusalén sería símbolo de la ruina final que abrumará al mundo. Las profecías que se cumplieron en parte en la destrucción de Jerusalén, se aplican más directamente a los días finales”.6

Dios no produce estas calamidades. Son obra del enemigo. “Satanás producirá enfermedades y desastres al punto que ciudades populosas sean reducidas a ruinas y desolación. Ahora mismo está obrando. Ejerce su poder en todos los lugares y bajo mil formas: en las desgracias y las calamidades de mar y tierra, en las grandes conflagraciones, en los tremendos huracanes y en las terribles tempestades de granizo, en las inundaciones, en los ciclones, en las mareas extraordinarias y en los terremotos”.7

Cada nuevo terremoto nos avisa que nuestra salvación “está cerca, a las puertas” (Mateo 24:33). ¿Estamos preparados para el gran día final?





Fuente: Revista Adventista / Editorial, mayo 2006.
Autor: Dr. Carlos A. Steger, recientemente nombrado decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata (Argentina) y director de la Sede del Servicio Latinoamericano de Teología (SALT). Se desempeñaba como director de la Revista Adventista.
Nota del editor: este articulo fue escrito en el 2006, manteniendo una vigencia casi perfecta: basta que usted cambie el lugar geográfico mencionado por el del seísmo ultimo.
Referencias: 1 Diario Clarín (Buenos Aires), 10 de octubre de 2005, p. 22.
2 Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1993), pp. 694, 695.
3 Ver http://wwwneic.cr.usgs.gov/neis/eqlists/eqsmosde.html. Ver también C. Mervyn Maxwell, Apocalipsis: sus revelaciones (Buenos Aires: ACES, 1991), pp. 194-196.
4 White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 1987), pp. 582, 583.
5 Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 5, p. 486.
6 White, El discurso maestro de Jesucristo (Buenos Aires: ACES, 1997), p. 102.
7 El conflicto de los siglos, p. 647.




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