miércoles, 28 de diciembre de 2011

Usted puede apostar por la segunda venida de Cristo. Por Clifford Goldstein

Los juegos de azar son una industria multimillonaria. A fin de conservar el negocio, los dueños de los casinos y de los hipódromos necesitan ganar más dinero del que pierden. Así, dependiendo de lo que uno juega y cómo juega, las probabilidades están siempre en contra del apostador en una relación de diez a uno, de veinticinco a uno, y aun de cien a uno. Cualesquiera sean las probabilidades, usted ciertamente perderá más de lo que gane. Así es como sobreviven los casinos y los hipódromos.

Supongamos, sin embargo, que usted tuviera una probabilidad de acierto de cinco o seis a uno a su favor. Supongamos, aún más, que esas probabilidades a favor suyo le ofrecieran algo mucho mejor de lo que le ofrece cualquier casino, como por ejemplo conocer con seguridad qué le deparará el futuro.

Las buenas nuevas son que el libro de Daniel ofrece un porcentaje de acierto de cien por ciento a su favor respecto de la posibilidad de conocer el futuro. ¿Por qué, entonces, jugar en contra de Dios, si él nos ofrece algo tan favorable?

El libro de Daniel nos habla de un sueño que un joven judío, seis siglos antes de Cristo, interpretó para el rey de Babilonia. En el sueño, el rey vio una estatua gigante: Su cabeza era de oro; los brazos y el pecho, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Eventualmente, una piedra gigante, “cortada no con mano”, derrumbaría la estatua (ver Daniel 2:31-34).


La interpretación del sueño

Éste es el sueño. La interpretación es la siguiente: Después de hablar acerca del rey y de su poder, Daniel le dice: “Tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo” (Daniel 2:38-40).

En otras palabras, Babilonia era aquella cabeza de oro. Después de Babilonia vendría otro reino, simbolizado por la plata. Y eso es lo que sucedió: El Imperio Medo-persa se levantó después de la caída de Babilonia. De acuerdo al sueño, otro imperio se levantaría después de éste. Y eso sucedió meridianamente: El antiguo Imperio Griego se levantó después de la caída del Imperio Medo-persa. Luego vino otro reino mayor, hecho de hierro, que devastaría todo a su paso. Y ése fue, de hecho, el Imperio Romano, que se levantó después de Grecia.

Ahora bien, de acuerdo a la profecía, únicamente la cabeza sería de oro. Los brazos y los pechos no tenían nada de oro, porque el imperio babilónico había sido completamente arrasado. La plata, que representa al Imperio Medo-persa, estaba limitada al pecho y a los brazos, porque dicho imperio se desvaneció ante las huestes griegas. Las piernas de la estatua no contienen bronce, sólo hierro, porque el imperio pagano de Roma reemplazó al griego.

Pero entonces, la distinción entre los metales, que representan imperios, finaliza. A diferencia de los anteriores imperios, que desaparecieron, la Roma imperial no fue seguida por otro imperio y reemplazada por un nuevo metal. En vez de esto, fue dominada y dividida por varias tribus que fueron precursoras de las naciones europeas actuales. Eso está representado por los pies y los dedos que siguen al Imperio Romano. A diferencia de otras naciones, que fueron reemplazadas por nuevos metales, los pies continúan siendo de hierro, aunque no sólo de hierro, sino de hierro mezclado con barro. La mezcla aún incluye al Imperio Romano, que no fue totalmente destruido, porque continuó existiendo de otro modo.


Los dedos de hierro y de barro

Veamos qué sucedió más tarde con el Imperio Romano: “Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (Daniel 2:41-43).

A diferencia de los tres imperios que lo precedieron, el Imperio Romano no fue reemplazado por un nuevo imperio; tal como aparece en la visión, el hierro no fue reemplazado por un nuevo metal. En vez de esto, Roma fue dividida en las naciones que llegaron a ser la Europa moderna. Algunas naciones fueron fuertes, y otras débiles. ¡Qué representación perfecta de la Europa de hoy, compuesta de naciones con un tremendo impacto internacional, como Gran Bretaña, Francia y Alemania, y de otras más modestas como Luxemburgo y Andorra!

Daniel dijo, además, que “se mezclarán por medio de alianzas humanas” (vers. 43), ¡lo cual representa nuevamente una descripción perfecta de la Europa moderna! Cuántos matrimonios de la realeza se han formado con el paso de los años, y aún hoy se entrelazan los pueblos de Europa, a pesar de que la profecía afirma que “no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (vers. 43). En otras palabras, Europa no será una entidad singular. A pesar de las diferentes alianzas económicas, como la Comunidad Económica, Europa está aún compuesta por naciones separadas por idiomas, fronteras e intereses políticos. Esto es exactamente como la profecía, escrita cerca de 600 años antes de Cristo, presenta a Europa.


El reino eterno

De acuerdo a la profecía, se levantará otro poder. Hablando de las naciones que surgirían del Imperio Romano, es decir, las actuales naciones europeas, dice lo siguiente: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (vers. 44). Así, Babilonia vino y se fue, como fue predicho. El Imperio Medo-persa vino y se fue, como fue predicho. Grecia vino y se fue, como fue predicho. Cada predicción cumplida aumenta la credibilidad del resto de la profecía. El Imperio Romano surgió como fue predicho.

Como fue predicho, Europa fue dividida luego en varias naciones. Algunas serían débiles y otras fuertes, como también fue predicho. Se casarían y se mezclarían entre ellos. Sin embargo, estas naciones no llegarían a unirse como un imperio único, así como fue predicho. Hasta aquí, Daniel acertó en ocho de ocho predicciones.

Hoy, desde nuestro punto de vista, el único reino que aún no ha llegado es el último: el reino de Dios. Todos los otros reinos han llegado y se han ido, como fue predicho. Así es que, si analizamos la profecía y sus cumplimientos, podemos ver que las probabilidades de que el reino de Dios sea una realidad son altísimas.

Ningún casino le puede ofrecer a usted una garantía mayor para ganar. Qué tonto, entonces, sería no lanzar sus fichas con el Dios que ha prometido que todo esto ocurrirá. Ésta es la mayor garantía de triunfo en cualquier apuesta que haya hecho alguna vez en su vida.






Fuente: El Centinela
Autor: Clifford Goldstein, autor prolífico. Editor de la Guía de estudio para adultos para la Escuela Sabática. Desde 1992 hasta 1997, fue redactor de ‘Liberty’, y 1984-1992, editor del Shabat Shalom. El tiene M.A. in Ancient Northwest Semitic Languages de la Johns Hopkins University (1992). Es autor de unos 18 libros, los más reciente son "God, Godel, and Grace" y "Graffiti in the Holy of Holies".

- 14122008





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