miércoles, 28 de diciembre de 2011

Usted puede apostar por la segunda venida de Cristo. Por Clifford Goldstein

Los juegos de azar son una industria multimillonaria. A fin de conservar el negocio, los dueños de los casinos y de los hipódromos necesitan ganar más dinero del que pierden. Así, dependiendo de lo que uno juega y cómo juega, las probabilidades están siempre en contra del apostador en una relación de diez a uno, de veinticinco a uno, y aun de cien a uno. Cualesquiera sean las probabilidades, usted ciertamente perderá más de lo que gane. Así es como sobreviven los casinos y los hipódromos.

Supongamos, sin embargo, que usted tuviera una probabilidad de acierto de cinco o seis a uno a su favor. Supongamos, aún más, que esas probabilidades a favor suyo le ofrecieran algo mucho mejor de lo que le ofrece cualquier casino, como por ejemplo conocer con seguridad qué le deparará el futuro.

Las buenas nuevas son que el libro de Daniel ofrece un porcentaje de acierto de cien por ciento a su favor respecto de la posibilidad de conocer el futuro. ¿Por qué, entonces, jugar en contra de Dios, si él nos ofrece algo tan favorable?

El libro de Daniel nos habla de un sueño que un joven judío, seis siglos antes de Cristo, interpretó para el rey de Babilonia. En el sueño, el rey vio una estatua gigante: Su cabeza era de oro; los brazos y el pecho, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Eventualmente, una piedra gigante, “cortada no con mano”, derrumbaría la estatua (ver Daniel 2:31-34).


La interpretación del sueño

Éste es el sueño. La interpretación es la siguiente: Después de hablar acerca del rey y de su poder, Daniel le dice: “Tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo” (Daniel 2:38-40).

En otras palabras, Babilonia era aquella cabeza de oro. Después de Babilonia vendría otro reino, simbolizado por la plata. Y eso es lo que sucedió: El Imperio Medo-persa se levantó después de la caída de Babilonia. De acuerdo al sueño, otro imperio se levantaría después de éste. Y eso sucedió meridianamente: El antiguo Imperio Griego se levantó después de la caída del Imperio Medo-persa. Luego vino otro reino mayor, hecho de hierro, que devastaría todo a su paso. Y ése fue, de hecho, el Imperio Romano, que se levantó después de Grecia.

Ahora bien, de acuerdo a la profecía, únicamente la cabeza sería de oro. Los brazos y los pechos no tenían nada de oro, porque el imperio babilónico había sido completamente arrasado. La plata, que representa al Imperio Medo-persa, estaba limitada al pecho y a los brazos, porque dicho imperio se desvaneció ante las huestes griegas. Las piernas de la estatua no contienen bronce, sólo hierro, porque el imperio pagano de Roma reemplazó al griego.

Pero entonces, la distinción entre los metales, que representan imperios, finaliza. A diferencia de los anteriores imperios, que desaparecieron, la Roma imperial no fue seguida por otro imperio y reemplazada por un nuevo metal. En vez de esto, fue dominada y dividida por varias tribus que fueron precursoras de las naciones europeas actuales. Eso está representado por los pies y los dedos que siguen al Imperio Romano. A diferencia de otras naciones, que fueron reemplazadas por nuevos metales, los pies continúan siendo de hierro, aunque no sólo de hierro, sino de hierro mezclado con barro. La mezcla aún incluye al Imperio Romano, que no fue totalmente destruido, porque continuó existiendo de otro modo.


Los dedos de hierro y de barro

Veamos qué sucedió más tarde con el Imperio Romano: “Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (Daniel 2:41-43).

A diferencia de los tres imperios que lo precedieron, el Imperio Romano no fue reemplazado por un nuevo imperio; tal como aparece en la visión, el hierro no fue reemplazado por un nuevo metal. En vez de esto, Roma fue dividida en las naciones que llegaron a ser la Europa moderna. Algunas naciones fueron fuertes, y otras débiles. ¡Qué representación perfecta de la Europa de hoy, compuesta de naciones con un tremendo impacto internacional, como Gran Bretaña, Francia y Alemania, y de otras más modestas como Luxemburgo y Andorra!

Daniel dijo, además, que “se mezclarán por medio de alianzas humanas” (vers. 43), ¡lo cual representa nuevamente una descripción perfecta de la Europa moderna! Cuántos matrimonios de la realeza se han formado con el paso de los años, y aún hoy se entrelazan los pueblos de Europa, a pesar de que la profecía afirma que “no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (vers. 43). En otras palabras, Europa no será una entidad singular. A pesar de las diferentes alianzas económicas, como la Comunidad Económica, Europa está aún compuesta por naciones separadas por idiomas, fronteras e intereses políticos. Esto es exactamente como la profecía, escrita cerca de 600 años antes de Cristo, presenta a Europa.


El reino eterno

De acuerdo a la profecía, se levantará otro poder. Hablando de las naciones que surgirían del Imperio Romano, es decir, las actuales naciones europeas, dice lo siguiente: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (vers. 44). Así, Babilonia vino y se fue, como fue predicho. El Imperio Medo-persa vino y se fue, como fue predicho. Grecia vino y se fue, como fue predicho. Cada predicción cumplida aumenta la credibilidad del resto de la profecía. El Imperio Romano surgió como fue predicho.

Como fue predicho, Europa fue dividida luego en varias naciones. Algunas serían débiles y otras fuertes, como también fue predicho. Se casarían y se mezclarían entre ellos. Sin embargo, estas naciones no llegarían a unirse como un imperio único, así como fue predicho. Hasta aquí, Daniel acertó en ocho de ocho predicciones.

Hoy, desde nuestro punto de vista, el único reino que aún no ha llegado es el último: el reino de Dios. Todos los otros reinos han llegado y se han ido, como fue predicho. Así es que, si analizamos la profecía y sus cumplimientos, podemos ver que las probabilidades de que el reino de Dios sea una realidad son altísimas.

Ningún casino le puede ofrecer a usted una garantía mayor para ganar. Qué tonto, entonces, sería no lanzar sus fichas con el Dios que ha prometido que todo esto ocurrirá. Ésta es la mayor garantía de triunfo en cualquier apuesta que haya hecho alguna vez en su vida.






Fuente: El Centinela
Autor: Clifford Goldstein, autor prolífico. Editor de la Guía de estudio para adultos para la Escuela Sabática. Desde 1992 hasta 1997, fue redactor de ‘Liberty’, y 1984-1992, editor del Shabat Shalom. El tiene M.A. in Ancient Northwest Semitic Languages de la Johns Hopkins University (1992). Es autor de unos 18 libros, los más reciente son "God, Godel, and Grace" y "Graffiti in the Holy of Holies".

- 14122008





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domingo, 27 de noviembre de 2011

El Milenio: el cambio será mayor de lo que imaginamos. Por David Macdonald

“Miré a la tierra, y vi que estaba desordenada y vacía… Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y vi que el campo fértil era un desierto” (Jer. 4:23-26).
Con las noticias que tenemos del cambio climático, parecería que las palabras del profeta de antaño podrían cumplirse antes de lo pensado. Los científicos nos dicen que la tierra se encamina hacia un estado como el descrito por Jeremías.

Jeremías está señalando deliberadamente una conexión con Génesis 1:2, en un intento por impresionar a Israel para que se prepare para la inminente invasión de Nabucodonosor. Usa una hipérbole para describir la terrible destrucción que traería el rey de Babilonia. Dice que la tierra será como antes de la creación: “desordenada y vacía”. Cuando Juan escribió el Apocalipsis, también trazó una conexión con Génesis 1:2 al utilizar la palabra griega abussos (Apoc. 20:1), equivalente a la palabra hebrea tehom, generalmente traducida como “abismo” (Gen. 1:2), “profundidad”, “lugar inaccesible”, etc. (Apoc. 20:1).

Hoy vemos el texto de Jeremías no solo como referencia al pasado sino, lo que es más importante, como referencia profética al futuro milenio.

Pero esto parece haberse perdido a lo largo de los años. ¿Podemos ver el plan divino? Antes de la creación del primer cielo y la primera tierra, se afirma que la tierra estaba desordenada y vacía, en un estado de tehom. Al fin de los tiempos, la tierra regresa a esa misma condición. Dios se prepara entonces para crear un nuevo cielo y una nueva tierra. El pecado estropeó nuestra historia. Dios está volviendo a cero para dar inicio a una nueva obra. Dios comenzará nuevamente. Su intención para el planeta tierra se cumplirá. El Paraíso no está perdido. No ha sido frustrado por el pecado o Satanás. “Él es la roca, cuya obra es perfecta” (Deut. 32:4).

La tierra está desordenada y vacía y en un estado de tehom durante mil años debido a lo que sucede al comienzo de ese período. Pedro nos dice que “los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10). Si consideramos el lenguaje utilizado por Pedro, el Planeta Tierra parece dirigirse a la fusión termonuclear de millones de grados centígrados.1

Lo que hay que entender

Es de vital importancia que captemos esta verdad sobre la condición de la tierra durante el milenio. Si no lo hacemos, podemos adoptar modelos no bíblicos del milenio. Los adventistas creemos que todos los salvados estarán en el cielo con Jesús durante ese período. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan 14:2). Y siguió diciendo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (versículo 2).

Jesús está preparándonos un lugar en el cielo. Durante el milenio, solo el diablo y todos sus demonios habitarán este lugar sombrío que conocemos como el Planeta Tierra. Y solo al fin de los mil años, “la santa ciudad, la nueva Jerusalén”, descenderá “del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo” (Apoc. 21:2).

Otro factor, acaso más importante, que lleva a adoptar modelos equivocados del milenio es la idea de un reino y gobierno político de los judíos y/o de la iglesia cristiana sobre las naciones. Un estudioso afirma que este error es común en todos los demás modelos. Es serio, porque hace que la Segunda Venida de Cristo pierda todo su significado. ¡Qué decepcionante sería si después de la Segunda Venida la vida continuara de la misma manera, más allá del justo gobierno bajo la conducción de Cristo! Si 1844 produjo un chasco, ¡este sería el chasco más grande de la historia!

Por eso debemos descartar la idea de un reino político del Mesías. Ese fue el error de los discípulos. Judas traicionó a Jesús y Pedro lo negó (en efecto, ninguno de los discípulos estaba preparado para la cruz) debido a sus perspectivas equivocadas del Mesías “político”.

Esta visión también se relaciona con el peligro de confundir “las multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores”2, para que sean engañadas por la personificación de Cristo que hará Satanás en la Segunda Venida, lo que Elena de White denomina “el engaño más poderoso, casi irresistible”.3 Jesús dijo: “Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí” (Juan 18:36). ¿Cuándo vamos a comprender el verdadero significado de sus palabras? Si el reino del Mesías fuera político, la fusión termonuclear se habría producido en la cruz y no al fin de los tiempos.

Un tercer punto: el milenio es el capítulo final de la historia del pacto divino, del compromiso que hizo para salvar a “todo aquel” que lo desee. Lo que Dios les prometió a Adán y Eva fuera de las puertas del paraíso y a todas las generaciones subsiguientes se está haciendo realidad. Una “gran voz” proveniente del trono lo pronuncia con el lenguaje típico del pacto: “El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc. 21:3).

Dios está poniendo fin a la historia de la salvación. Vemos aquí la disposición final de todas las cosas; el destino final de todos los que aceptan la salvación divina; el destino final de todos los que rechazan la salvación; el proceso de juicio que revela estos destinos y vindica el nombre de Dios; el destino final de Satanás y las agencias que ha utilizado en la tierra para cumplir sus terribles acciones; y, específicamente, la muerte es enfrentada y destruida. Finalmente se presentan el cielo nuevo y la tierra nueva en todo su esplendor. Y sí, es Jesús el que hace que estas promesas se hagan realidad. “Porque todas las promesas de Dios son en él ‘sí’, y en él “Amén’” (2 Cor. 1:20).

Un cambio verdadero

Se aproxima el cambio climático. Pero será mucho más radical de lo predicho. La Segunda Venida de Cristo no será un cambio cosmético del Planeta Tierra. La Tierra como la conocemos llegará a su fin. El tiempo se detendrá. Si la cruz divide la historia, la Segunda Venida le pone fin. Si la cruz es central para la historia de la salvación, la Segunda Venida es el capítulo final de esa historia. Nadie debería engañarnos para que pensemos de otro modo.

Los mil años forman un vínculo que mantiene unidas muchas ideas aparentemente sin conexión; pero el evento decisivo de todos los sucesos escatológicos está dado por la Segunda Venida. Nuestra mente se llena de hermosa armonía al ver la forma en que Dios pondrá fin a la historia de la salvación.






Fuente: Adventist World
Autor: David Macdonald es pastor de la iglesia en Bundaberg, Queensland, Australia.

Referencias: 1. The temperature of our sun at its core: Mark R. Chartrand III, Skyguide: A Field Guide for Amateur Astronomers (New York: Golden Press, 1982), p. 202. 2. El gran conflicto, p. 682. 3. Ibíd.





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lunes, 31 de octubre de 2011

Falso profeta condenado por su propias palabras

"Ahora bien, si ustedes se preguntan cómo saber si una persona trae o no un mensaje de parte de Dios, sigan este consejo: Si el profeta anuncia algo y no sucede lo que dijo, será señal de que Dios no lo envió. Ese profeta no es más que un orgulloso que habla por su propia cuenta, y ustedes no deberán tenerle miedo".



Ya Jesús nos advertía, 2000 años atrás, "Mirad que nadie os engañe... muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos". Palabras que hoy tiene una especial aplicación y cumplimiento.
Ayer miles de ex adventistas congregados bajo el Ministerio La Verdad Eterna (enfatizo, fueron Adventistas del 7º Día y hoy no lo son) estaban esperando el cumplimiento de las "palabras proféticas" de su líder Cristian Silva, "Cristo viene el 15 de Octubre del 2011, en el día sábado, que será luna llena, mediados de mes y concuerda con la fiesta del 15 de Tishri como lo dice la profecía"...

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domingo, 9 de octubre de 2011

Cruzando el Jordán / Seminario de David Gates

1/6. El riesgo de cruzar el Jordán

• Seminario presentado por David Gates y producido por Gospel Ministries International. Seis predicaciones realizadas en noviembre de 2010.


2/6. La última generación


3/6. Preparación para cruzar


4/6. El ataque de los madianitas


5/6. La conquista del mundo


6/6. He aquí vengo pronto


David Gates es un piloto y misionero adventista independiente. Director de Gospel Ministries International y fundador de Red A.D.venir Internacional el primer canal adventista en español en trasmitir vía satélite a todo el mundo. Haciendo clic aquí puede ver la transmisión en directo de Red A.D.venir en OJO ADVENTISTA







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lunes, 26 de septiembre de 2011

Apocalipsis: Terremotos, maremotos, guerras, crisis… ¿Será que se acerca el fin? Por Fernando L. Canale

“Todo —los pueblos y ciudades aplastadas por un torrente de barro y muerte— es abrumador y casi incomprensible”.1 Con estas palabras Paul Theroux expresaba la impresión de millones frente a la devastación del épico maremoto que recientemente arrasó a Japón. Pero eso no era todo lo que sucedía en el mundo. En un artículo titulado, “Aumenta el caos total: Catástrofes nucleares, revoluciones, y tensiones económicas”, la periodista Tina Brown reflexionaba: “¿Se ha enloquecido el mundo?” 2

Sintetizando los desastres que se sucedieron rápidamente durante los primeros meses de este año, la portada de la revista Newsweek anunciaba ominosamente: “Llegó el Apocalipsis: maremotos, terremotos, desastres nucleares, revoluciones, economías al borde de la ruina. ¿Qué nos depara el futuro?” 3 A pesar de los extraordinarios avances de la ciencia y la tecnología, las perspectivas no parecen alentadoras para la humanidad.

La pregunta ¿qué nos depara el futuro? nos confronta con nuestro destino personal y colectivo. Muchos suponen que pensar en el futuro no es posible ni importante porque, de acuerdo con el dicho, “lo que será, será”; el futuro está fuera de nuestras manos. Sin embargo, vivir implica anticipar el futuro. Consecuentemente, todos tenemos algunas ideas acerca de lo que ocurrirá. Aunque a simple vista nuestras expectativas parezcan meras opiniones personales para compartir entre amigos, ellas determinan en gran manera lo que hacemos y llegaremos a ser. Por lo tanto conviene que pensemos en lo que puede depararnos el futuro.

Anticipando el futuro

La ciencia, los horóscopos, y los médiums espiritistas son algunas de las maneras en que los seres humanos intentan anticipar lo que sucederá. Pero la única forma de hacerlo con seguridad es consultando a Aquel que por naturaleza es dueño del futuro: Dios. Entonces, nuestra pregunta acerca de lo que nos depara futuro debiera ser: ¿Qué nos dice Dios acerca de lo que ocurrirá con nuestro planeta? Para poder contestar esta pregunta debemos considerar lo que nuestro Señor Jesucristo dijo acerca del futuro a sus discípulos.

¿Temor o esperanza?

¿Debemos temer las cosas que sobrevendrán a la tierra o podemos abrigar esperanza en un mundo mejor? En nuestros días asociamos la palabra “Apocalipsis” con la destrucción total del planeta Tierra, y por lo tanto la relacionamos con eventos extremadamente destructivos. 4 Una perspectiva tal solo puede generar temor y ansiedad acerca de las cosas que sobrevendrán.

Sin embargo, el mensaje del Apocalipsis no se centra en la destrucción del planeta sino en su restauración total física y espiritual (Apocalipsis 21:1). Pero de acuerdo con la Biblia, hay algo más importante en el futuro del planeta Tierra que la renovación a su perfección original. El Cristo quien ascendió a los cielos después de su muerte y resurrección prometió que retornaría en las nubes (Hechos 1:11) para morar con los seres humanos (S. Juan 14:1-3; Apocalipsis 21:3). Estos acontecimientos monumentales solo pueden generar esperanza y una visión altamente positiva del futuro de la humanidad.

La cercanía del futuro que anhelamos

Pero ¿cómo se relaciona la multiplicación de hechos catastróficos con la venida de Cristo y el futuro grandioso de nuestro planeta? Cuando sus discípulos le preguntaron cuándo su reino sería instaurado, Jesús mencionó, entre otras cosas, que antes de su retorno a la tierra habría guerras y rumores de guerras; se levantaría nación contra nación, y reino contra reino; y habría pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares (S. Mateo 24:6–8). Estos acontecimientos indicarían la cercanía de su venida, como los nuevos retoños de la higuera indican que el verano está a las puertas (S. Mateo 24:32, 33). Desde la perspectiva de la fe cristiana, entonces, las catástrofes se transforman en signos de esperanza. Ellas anuncian el pronto regreso del Salvador del mundo y la inauguración de su reinado eterno.

Accediendo al futuro eterno

Desde la perspectiva humana, las catástrofes que se suceden rápidamente y aumentan en intensidad auguran un futuro incierto y desesperanzador. Pero el poder creador y la fidelidad de Cristo garantizan el cumplimiento de su promesa de restaurar nuestro planeta a su perfección original (Apocalipsis 21:5). Pero, ¿quiénes participarán en el futuro glorioso de la humanidad cuando Cristo regrese? Cristo dejó claro que solo aquellos quienes por fe acepten la primacía de su voluntad y vivan permanentemente de acuerdo con ella participarán en su futuro reino. Consecuentemente, Cristo recomendó a sus discípulos que estuvieran preparados para el día de su venida (S. Mateo 24:42-44). La preparación es necesaria porque el mismo Cristo la tomará en cuenta cuando juzgue quienes participarán en su futuro reino y determine quienes serán excluidos de él para siempre (S. Mateo 25:31-46).

El futuro hoy

¿Qué preparación necesitamos para participar del futuro glorioso de la humanidad? Necesitamos poseer fe y amor en Cristo (Santiago 2:5) que nazcan sinceramente de lo profundo de nuestro corazón (Deuteronomio 6:5; S. Lucas 10:27). Tener fe significa confiar plenamente en Dios como los niños confían en sus padres (S. Mateo 18:3). Confiar en su voluntad, su ley y sus promesas expresadas en las Sagradas Escrituras. Amar a Cristo significa abrirle el corazón completamente y aceptar su consejo y dirección (ver Proverbios 23:26). Al depositar nuestra confianza en Dios y amarlo, nos arrepentimos de los errores de nuestra vida pasada y comenzamos una nueva manera de vivir bajo la dirección y compañía de Cristo (S. Mateo 3:2, S. Juan 3:5). Esta transformación interna y externa nos hace miembros del reino de Cristo ahora y nos asegura por su gracia una parte en la asombrosa renovación del planeta que Cristo ejecutará antes de establecer su reino eterno sobre la tierra.

Conclusión

Recientemente, una secuencia de catástrofes impresionantes ha llamado la atención del mundo y nos invita a pensar acerca del futuro. Al considerar estos hechos catastróficos, la mayoría de los seres humanos percibimos solo proporciones alarmantes de destrucción y desorden social. Nuestra aprensión crece cuando advertimos que la ciencia y la tecnología humanas son impotentes para anticiparlos, prevenirlos y evitarlos. No es de extrañar que la revista Newsweek preguntara: “¿Qué nos depara el futuro?”

Desde la perspectiva humana, el futuro parece ser una fuente inagotable de desastres que amenazan la vida y estabilidad del planeta. La noción que un mega desastre o una secuencia de ellos pueda destruir la vida en nuestro planeta parece ganar credibilidad. Esta situación inevitablemente engendra temor e inseguridad que solo pueden afectar nuestra existencia negativamente.
Pero desde la perspectiva de la fe cristiana, los mismos acontecimientos no se ven como heraldos de más calamidades y destrucción sino como señales de la pronta llegada del futuro eterno deseado por todas las naciones. Nos dicen que la historia como la conocemos se acerca a su final. La aurora de una nueva historia de la humanidad se aproxima vertiginosamente. Querido lector, te animo a considerar ambas perspectivas cuidadosamente. No olvides que el futuro eterno está disponible para ti ahora en la persona de Jesucristo. ¿Depositarás tu fe y amor en él? Lo que el futuro te deparará depende de la forma en que contestes a esta pregunta.





Fuente: El Centinela
Autor: Fernando L. Canale, PhD, profesor de Filosofía y Teología de Andrews University, EEUU. Licenciado en Teología, Profesor de Filosofía y Pedagogía de la Universidad Adventista del Plata, Argentina. Licenciado en Filosofía, Universidad Católica de Santa Fe, Argentina.
Referencias: 1. Paul Theroux, “Nightmare and Defiance”, Newsweek, 20 de marzo, 2011. 2. Tina Brown, “The Mayhem Mounts: Meltdowns, Revolts, and Economic Stress”, Newsweek, 20 de marzo, 2011. 3. Portada de Newsweek, 20 de marzo, 2011. 4. Véase por ejemplo “Apocalypse”, New Oxford American Dictionary, (Oxford: Oxford University Press, 2005).







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lunes, 12 de septiembre de 2011

La interpretación apocalíptica. Por Alberto Treiyer

En los días de Jesús había mucha confusión con respecto al verdadero Mesías debido a las tantas teorías que el diablo había levantado sobre los pasajes bíblicos que lo anunciaban (Mat 16:13-17). Dos milenios más tarde, en las postrimerías del mundo, la confusión con respecto a la hora en que vivimos parece ser mayor debido a las tantas teorías que el diablo ha levantado con respecto a las profecías que predicen su venida. Siendo que tenemos el privilegio de vivir en una época científica en donde todos los datos necesarios se saben con respecto al origen de las diferentes ideas, convendrá repasar brevemente los principios de interpretación que se levantaron en determinados épocas de la historia cristiana. Lo haremos en forma cronológica para luego considerar el impacto que tienen hoy en el mundo.

Los problemas que encontramos en el Nuevo Testamento con respecto al verdadero Mesías o Cristo prometido, tuvieron que ver con la identificación del Mesías, no con el escepticismo moderno que niega que se haya tratado de profecías reales.

Para cumplir con el mandato evangélico de predicar el mensaje a todo el mundo, los primeros cristianos recurrieron a las profecías de Daniel para probar la autenticidad de la Palabra de Dios. Con el propósito de debilitar su mensaje, Celso, Porfirio y otros sabios paganos declararon que las profecías de Daniel fueron escritas por otro autor que, en el S. II antes de Cristo, usó su nombre para hacer creer que sus visiones eran una profecía. Las visiones del presunto Daniel, por consiguiente, eran una "vaticinia post-eventum", es decir, una fábula escrita después que los hechos se dieron. Los así llamados "padres" del segundo y tercer siglos fueron llamados "apologistas", porque tuvieron que defender la fe cristiana de todos esos ataques paganos.

Tanto los judíos como los cristianos (los así llamados padres y doctores de la iglesia en los primeros siglos), entendieron que el cuarto imperio anunciado por Daniel era el de Roma. De manera que no solamente esperaban su derrumbe, sino también la venida del anticristo que sucedería a los césares o emperadores (la única excepción fue Agustín de Hipona, por creer que el milenio había comenzado con el triunfo del cristianismo sobre el paganismo).

Esto continuó así durante toda la Edad Media, pero en forma retrospectiva. En lugar de esperar el anticristo para el futuro, fueron identificando cada vez más al anticristo en el levantamiento del papado romano, hasta pasar a ser esa la interpretación dominante de todos los movimientos religiosos opuestos a Roma, ya desde mucho antes de la Reforma del S. XVI.

Para desviar el golpe, J. Henten primero en 1547, y luego el jesuita Luis de Alcázar en 1614, fundaron la interpretación preterista aduciendo que el anticristo fue Nerón que había sido prefigurado en la historia de Antíoco Epífanes (gobernador griego seléucida que profanó el atrio del templo de Jerusalén a mediados del S. II AC). Notemos que lo que estos autores hicieron fue, en realidad, retomar la crítica pagana contra los cristianos de los primeros siglos, para negar el cumplimiento de la profecía que se refería a sus días).

Dándose cuenta de que el preterismo jamás iba a poder explicar todo el cúmulo de profecías bíblicas, otro jesuita español, Francisco Rivera (1590) fundó el futurismo, que consiste en posponer toda profecía histórica hacia el futuro. En realidad, ya Tomás de Aquino, el forjador de la teología católica del segundo milenio, había sugerido que el anticristo vendría en el futuro, y reinaría por tres años y medio literales.

Con el racionalismo de los S. XIX y XX, y el escepticismo típico que se originó con la Revolución Francesa, comenzó a negarse la posibilidad de toda profecía bíblica y a adoptarse el preterismo también dentro del protestantismo y, en general, en toda la cristiandad.

Con el existencialismo del S. XX, y el sentimentalismo que se originó con el cansancio de los razonamientos intrincados de los eruditos escépticos, volvió a ponerse el énfasis en el futurismo. Todo lo sensacional, que apelase a los sentidos y extasiase la imaginación, comenzaría a tener lugar aún con respecto a las profecías. Siendo que el futuro no cumplido da más posibilidades para este campo de acción, se fue perdiendo interés en el cumplimiento histórico de las profecías bíblicas, para proyectarlas a un futuro mediato o inminente, según la imaginación del autor.

Hoy muchos autores combinan el preterismo con el futurismo, debido a que captan que ni el uno ni el otro pueden aprobar un examen serio de las profecías apocalípticas. Pero al quitar la espina dorsal que une los dos polos (el pasado y el futuro), revelan el mismo escepticismo de siempre. Al hombre moderno le cuesta encontrar un punto fijo por el cual decir: "Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros" (Luc 4:21).

Una nueva escuela de interpretación que deja de preocuparse por ubicar en el tiempo las profecías de la Biblia, se ha denominado como "idealista". Su único objetivo es tratar de extraer el mensaje que el apóstol trata de dar, sin importarle el contenido histórico futuro al que se dirije. Nos preguntamos si las palabras con las cuales Juan concluyó el Apocalipsis no se aplican indirectamente a ellos también, cuando dijo: "A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto...: si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro" (Apoc 22:18-19).

Al comenzar el S. XXI, los adventistas son prácticamente los únicos que se atienen todavía al método historicista. No podemos negar que haya incursiones preteristas, futuristas e idealistas en nuestro medio, debido a que las semillas del escepticismo moderno de las que está impregnada la literatura religiosa fuera de nuestra iglesia, no dejan de ejercer su poder mágico en algunos de nuestros hermanos.


¿En qué consiste el método historicista?

En ver toda una secuencia profética, ininterrumpida, desde los días de los escritores bíblicos hasta el fin del mundo. En el caso del cristianismo, este principio consiste en creer realmente en las palabras que Jesús dejó al irse al cielo: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat 28:20). Jesús no estuvo solamente con los discípulos en el primer siglo. No estará únicamente con sus discípulos en el fin del mundo, sino también en toda la etapa intermedia. Esto lo demostró especialmente en el Apocalipsis en el mensaje de las siete iglesias (número que indica algo completo y que, como en las siete fiestas de Israel que abarcaban el período completo del año litúrgico, comprenden en el caso del Apocalipsis un mensaje simbólico que abarca toda la dispensación cristiana).

Así como Jesús anunció para el futuro la "abominación asoladora" de la que había hablado el profeta Daniel (Dan 9:27; 11:31; 12:11; Mat 24;15: ubicado por los autores modernos en el pasado macabeo del S. II AC), también anunció los 1260 días-años para el futuro mediante Juan en el Apocalipsis (Dan 7:25; 12:7-9; Apoc 11:2-3; 12:6,14; 13:5: infructuosamente ligados para el pasado macabeo por los preteristas de hoy).


Conclusión.

Dios quiere que sepamos que Jesús es el mismo "ayer, hoy y por los siglos", y que estará con su pueblo hasta el fin. Quiere que confiemos en sus promesas, mostrándonos que así como cumplió las que tenían que ver con el pasado, cumplirá también las que faltan. En especial en la época final en la que vivimos, quiere que prediquemos convencidos y convertidos, el mensaje del pronto regreso el Señor. A un mundo que duda o divaga fantasiosamente con sueños irreales, quiere que le hagamos ver el gran plan de salvación, el propósito divino en la historia humana, y el desarrollo final del conflicto que terminará para siempre con este mundo de maldad.






Fuente: Contestando tu pregunta
Autor: Dr. Alberto Treiyer. Teólogo e investigador sobre los mensajes bíblicos y proféticos distintivos que Dios nos dio para este tiempo.
B.A., Colegio Adventista del Plata, E. R., Argentina, M.Div. y D.Theol., Universidad de Estrasburgo, Francia.
Nota: originalmente publicado el 1º de marzo de 2009 en esta misma sección de Profecías / Ojo Adventista





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jueves, 28 de julio de 2011

El sermón apocalíptico de Mateo 24. Por Alberto Treiyer

Introducción

Las palabras tan contrastantes de Jesús sobre el templo de Dios y su ciudad culminaban, en cierta forma para el Israel antiguo, los tantos anuncios proféticos que desde la antigüedad Dios había enviado acerca del “día del Señor”. Ese día de juicio los profetas lo anticiparon para con las ciudades de sus días, cuyos pecados llegaban a un punto que rebasaban la paciencia divina. Sus ruinas fueron microcosmos ilustrativos del juicio que tendría lugar, en el fin del mundo, en el macrocosmos global y planetario, cuando los mismos pecados que las habían causado pasasen a ser la nota tónica del mundo entero.


Esto entendían también los discípulos del Señor. Al ser testigos de la venida del Mesías prometido, pensaban que si había todavía un día del Señor para volver a destruir Jerusalén, debía ser el mismo día que traería a Jesús de los cielos para terminar con este mundo de pecado. Por eso le preguntaron, momentos más tarde, “¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?” (Mat 24:3). Y cuando más tarde Jesús ascendió a los cielos, confirmando su promesa de volver, volvieron a preguntarle: ‘¿Restituirás el reino a Israel en este tiempo?” (Hech 1:6).

1. Microcosmos del fin

Este es el título de un artículo reciente que escribí, por pedido, para la revista Vida Feliz. Allí vinculo la destrucción de las torres gemelas con las predicciones del Espíritu de Profecía. También, por analogía, con la introducción al sermón profético de Jesús y otras profecías que anunciaron la destrucción de algunas ciudades impías del mundo antiguo, incluyendo la vieja Jerusalén.

“‘Maestro, mira qué piedras y qué edificios (Mar 13:1 [Luc 21:5: “adornado de hermosas piedras y dones”]), atinó a decirle uno de ellos. Pero los sentimientos del Señor estaban muy lejos de la vanagloria humana que tanto agrada a los mortales. Para sorpresa de todos, Jesús le respondió: “‘¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada’” (Mat 13:1-2).

¿En qué consistía el “día del Señor”, según los antiguos profetas? En un día amargo, de ira (Ez 22:24; Lam 2:22), de angustia (Isa 13:6ss; 19:16; Jer 30:5-7; Joel 1:16; Abd 12-15), de castigo, venganza, ruina y desolación (Isa 34:8; 63:4; Jer 46:10; 47:4; 50:27-28), de tinieblas y oscuridad (Eze 30:2-3), “de guerra contra las ciudades fuertes y las altas torres” (Sof 1:14-15; Am 5:18-20). ¿Qué es lo que Dios castigaba en aquellos prototipos pequeños del día final?

Ese día del Eterno, según Isaías, debía abatir “la altivez de los ojos del hombre”, y humillar “la soberbia de los hombres”, para que sólo el Señor fuese exaltado (Isa 2:11-12; 14:12-13; Jer 50:29-32). De allí que la destrucción apuntaba mayormente a los símbolos de la arrogancia humana tal como se veían patentados “sobre toda torre alta, y sobre toda muralla fortificada” de sus ciudades (Isa 2:15). ¡Cuán vanos resultaban entonces tales escudos humanos detrás de los cuales procuraban parapetarse, sin buscar refugio en el único lugar seguro que Dios ofrece! (Sal 27:5; 31:19-23; 36:7-8; 91).

A lo largo de los siglos Dios usó el mismo método para referirse al fin del mundo a través de juicios locales y correspondientes a una sola nación o ciudad. La caída del “ícono máximo del capitalismo mundial” (Clarín, 17 de octubre, 2001), tampoco fue el fin, sino un preludio o anticipación del fin. Fuera del diluvio universal y del fuego final, no hay ningún macrocosmos que hubiese estado predicho a través de los microcosmos de los pueblos antiguos. Desde ese pequeño mundo palestino al que le estaba llegando también su hora, Jesús quería llevar a sus discípulos a realidades universales.

2. Hacia el macrocosmos

Siempre hubo guerras, pestes, hambres y terremotos (Mat 24:6-7). Pero cuando tales tragedias típicas de un mundo en pecado se multiplicasen y adquiriesen dimensiones universales, entonces sabríamos que el fin estaría cerca (v. 6úp,8). ¿Cómo sabemos que estas palabras de Jesús se cumplen hoy? No es necesario bautizar el siglo que pasó con nombres nuevos, ya que todos, crédulos e incrédulos cuentan la tragedia de dos guerras mundiales, lo que no ha sido sino “principio de dolores” en relación con los sucesos finales.

Desde un mismo principio los discípulos del Señor tuvieron que padecer persecución, pero el aborrecimiento del cual se harían objeto por llevar el Nombre de Cristo sería universal (v. 9), como universal debía ser también la predicación del evangelio (v. 14). Hoy estamos llevando el Nombre de Cristo “a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc 14:6), pero “la ira de las naciones” (Apoc 11:18) está todavía contenida (Apoc 7:1-3), esperando ser suelta para la última tribulación (Apoc 12:17).

Entonces vendrá el fin, “y todas las naciones de la tierra se lamentarán”, mientras que el Señor enviará a sus ángeles para juntar “a sus elegidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mat 24:30-31). Sí, el relámpago que ilustra la naturaleza visible de la venida del Señor no se mostraría en Jerusalén ni en el pequeño mundo de Judea, ni “en las cámaras” o lugares cerrados y ocultos (v. 23,26), sino en una dimensión mundial, “del oriente al occidente” (v. 27). Ya que todos estarían entonces confrontados con el segundo y último macrocosmos de destrucción del planeta, equivalente en su proyección de inmoralidad y castigo universales al primero (Mat 24:37-39). Por esa misma razón, el juicio final no estaría confinado a Jerusalén, Roma o algún otro lugar, sino que comprendería a “todas las naciones” (Mat 25:32).

Siempre hubo engaño en materia religiosa. Falsos cristos, falsos profetas (v. 4-5,11), a quienes el diablo engaña para que engañen. Pero ese tipo de engaño se multiplicaría en forma especial en la época del fin (v. 11), con manifestaciones de engaño mayores que lo común que sacudirían, inclusive, a los mismos escogidos (v. 24; 2 Tes 2:9-12). Libre de los prejuicios y limitaciones nacionalistas que compartió con los demás discípulos al principio, Juan puede describir 60 años más tarde la extensión universal de ese engaño, advirtiendo que abarcaría a “los habitantes de la tierra” (Apoc 13:14), y a los gobernantes “de todo el mundo” (Apoc 16:13-14).

3. La “abominación asoladora” (Mat 24:15)

Volviendo al microcosmos que preocupaba especialmente a sus discípulos, Jesús les anticipó que la imposición de los estandartes idolátricos paganos sobre el predio contiguo al templo, algo abominable para los judíos, sería la señal que permitiría a los cristianos saber exactamente cuándo debían abandonar no sólo Jerusalén, sino también las regiones circundantes (Mat 24:16-18). En su huída debían evitar ser atrapados por sus compromisos comerciales o sociales (véase Luc 21:34-36), no fuese que les pasase lo que le pasó a la mujer de Lot (Luc 17:32-33). Siendo que no debían preocuparse por salvar lo que pudiesen de sus pertenencias (v. 17-18), el Señor les aconsejó orar para que su huída no se diese ni en sábado ni en invierno (v. 20).

Pero, ¿a cuál de las abominaciones mencionadas por Daniel se refirió Jesús? Siendo que Dan 11:31 y 12:11 rinden “abominación” en singular, como en Mat 24:16, algunos han pensado que Jesús se refirió a uno de esos dos pasajes, o a ambos. El contexto de la destrucción del templo literal de Jerusalén tiene que ver, sin embargo, con Dan 9:26-27. Después de la última semana profética que correspondía a los judíos (v. 24), después de la muerte de su Mesías a la mitad de esa semana en que el sacrificio regular perdería toda validez celestial (v. 25-26), vendría el asolador que traería las “abominaciones” hasta que la ruina decidida cayese sobre el asolador (v. 27). Es obvio que esas “abominaciones” se refieren no sólo a la invasión romana que destruyó el templo, sino también a la otra que vendría después sobre el pueblo del nuevo pacto bajo la Roma cristiana apóstata.

Captando, sin duda, que algunos podrían confundirse con respecto a las dos diferentes abominaciones de las que habló Daniel, Jesús agregó: “el que lee, entienda”. Siendo que esa expresión la usó el Señor cuando habló en parábolas (Mat 15:10,15-17; Mar 7:14-18), uno podría inferir que al señalar la abominación sobre la Jerusalén terrenal, el Señor quiso que se la entendiese como parábola o símbolo de la abominación que sería puesta en medio de la iglesia cristiana, tal como las otras dos declaraciones de Daniel lo habían anticipado (11:31; 12:11; véase 2 Tes 2:3-4). Esa abominación, desde que fuese implantada en forma oficial en el cristianismo, duraría 1290 días-años y causaría una tribulación que se extendería por 1260 días-años (Dan 7:25; Apoc 11:2-3; 11:6,14; 13:5). Véase A. R. Treiyer, The Day of Atonement. From the Pentateuch to Revelation (Siloam Springs, 1992), 339-346.

Captando la similitud de los dos eventos, el de la Roma pagana sobre la Jerusalén terrenal y el de la Roma papal sobre la Jerusalén espiritual (Apoc 11:2), varios intérpretes han visto también en Dan 11:31, durante la mayor parte del S. XX, esa doble dimensión. Sin embargo, hacia fines del S. XX, como resultado de estudios sobre hermenéutica (interpretación) bíblica, nuestros teólogos pudieron distinguir entre las profecías condicionales que pueden tener una doble dimensión, y las profecías apocalípticas que no son condicionales y que, por consiguiente, no dan margen a una doble o triple interpretación. Dan 11:31 y 12:11 son vistos (como antes, pero ahora en forma exclusiva como algunos también los habían visto antes), como referencia a la Roma medieval, la única que fue enmarcada con fechas proféticas (Dan 7:25; 12:11; Apoc 11:2-3; 14:6,14; 13:5).

En el sermón profético de Jesús, sin embargo, no hay fechas proféticas. Su visión apocalíptica fue adaptada a la comprensión de sus discípulos, con el propósito de llevarlos del microcosmos de sus días al macrocosmos del fin.

“Mezcló la descripción de estos dos acontecimientos... Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción de las dos grandes crisis, dejando a los discípulos estudiar por sí mismos el significado. Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén, sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento hasta la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su lugar para castigar al mundo por su iniquidad... Este discurso entero no fue dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban a vivir en medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra”, DTG, 566-567.

En base a este hecho, y sin negar que el día ni la hora nadie lo sabe de su venida, sino sólo Dios en su sola potestad, se ha sugerido recientemente que la época de su venida se dará, no importa el año en que Dios escoja, en el otoño del cono norte. Si es que el clamor de su pueblo porque la huída no sea ni en sábado ni en invierno, es tenido en cuenta por el Señor como lo fue en ocasión de la destrucción de Jerusalén, no podría tratarse del verano del cono norte porque, en ese caso, en el sur sería invierno. En un mundo global, quedan como opciones la primavera y el otoño. Y siendo que el otoño corresponde a la época de las fiestas finales, se lo ha sugerido como la época más probable de su venida. (A. Lista, El Retorno de Jesús y el Ritual Judío [Bs.As., 1999]).

4. La “gran tribulación” (Mat 24:21,29)

El hecho de que algunos eventos estuviesen fusionados en el discurso de Jesús, no significa que su discurso careciese de orden. Cristo anunció entonces “algunos de los acontecimientos más importantes de la historia del mundo y de la iglesia desde su primer advenimiento hasta su segundo; a saber, la destrucción de Jerusaén, la gran tribulación de la iglesia bajo las persecuciones paganas y papales, el obscurecimiento del sol y de la luna, y la caída de las estrellas. Después, habló de su venida...”, Conflicto de los Siglos, 444. Correspondía ir, sin embargo, a las profecías de Daniel y Apocalipsis para determinar a cuál de esas dos tribulaciones, la pagana y la papal, se refirieron mediante fechas proféticas.

Después de describir la destrucción de Jerusalén, Jesús pasa a referirse a la “gran tribulación” medieval que llevó a los papas a exterminar a millones de personas que se le opusieron a lo largo de los siglos.

“Entre estos dos acontecimientos [la destrucción de Jerusalén y la 2da. Venida], estaban abiertos a la vista de Cristo largos siglos de tinieblas, siglos que para su iglesia estarían marcados con sangre, lágrimas y agonía. Los discípulos no podían entonces soportar la visión de estas escenas, y Jesús las pasó con una breve mención. ‘Habrá entonces grande aflicción [tribulación]—dijo—cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será... Durante más de mil años iba a imperar contra los seguidores de Cristo una persecución como el mundo nunca la había conocido antes. Millones y millones de sus fieles testigos iban a ser muertos...”, Deseado de todas las Gentes, 584.

De un autor católico moderno leemos la siguiente confesión: “Comparado con la persecución” medieval, “la persecución de los cristianos por los romanos en los primeros tres siglos después de Cristo fue un procedimiento suave y humano... Debemos colocar la Inquisición... entre las más oscuras manchas en el registro de la humanidad, pues revela una ferocidad desconocida en ninguna bestia”. “La crueldad y la brutalidad fueron aparentemente más frecuentes en la Edad Media que en ninguna civilización antes de la nuestra”, W. Duran, The Age of Faith, 784, 829.

Tres tribulaciones apocalípticas

Tanto Daniel como Juan en el Apocalipsis hablaron de tres tribulaciones que tendrían que ver con Roma en su fase pagana (primera) y papal (las dos restantes). De la persecución romana de los césares paganos se refirió Juan en Apoc 1:9, cuando se consideró a sí mismo compañero “en la tribulación” de los miles de cristianos que sufrían bajo el yugo imperial. También se refirió Jesús a esa tribulación que sufrieron los apóstoles bajo el poder opresor de Roma y de las naciones que gobernaban bajo su autoridad en Mat 24:9-10. De la segunda tribulación, la que está enmarcada en fechas cuyo cumplimiento histórico está confirmado en forma asombrosa, se refirió Jesús más específicamente como “gran tribulación”.

Daniel habló del poder intolerante que la causó, el papado romano, en términos de duración que se extendería por “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” (7:25; 12:6-7), es decir, por 1260 días-años, según la confirmación adicional de Juan (Apoc 11:2-3; 12:6,14; 13:5).

En referencia a los sucesos del tiempo del fin que se verían enmarcados por el juicio investigador previo, el aumento de la ciencia, la angustia o tribulación final y la liberación del pueblo de Dios (Dan 12:1-4), uno de los ángeles preguntó al varón vestido con el ropaje sacerdotal del Día de la Expiación: “¿Cuándo se cumplirán estas cosas extraordinarias?” (v. 5-6). La palabra “cosas extraordinarias” o “maravillas” es la traducción de la raíz hebrea pele’, fácil de recordar por el mundo del deporte debido a un jugador famoso a quien apodaron con una pronunciación equivalente. Aparece 16 veces en la Biblia hebrea, y se refiere a cosas maravillosas o sorprendentes no sólo desde una perspectiva positiva, sino también, y a menudo, negativa. Así, se describen los juicios de Dios mediante ese término que se dan, por ejemplo, con la destrucción de una ciudad o de un imperio (Ex 15:11; Isa 25:1-2), o mediante “un prodigio grande y espantoso” (Isa 29:14). La justicia de Dios revelada en tales juicios es algo extraordinario también (Sal 88:12 [13]).

“Todo eso” [kol ’eleh], referente a todo lo que ocurriría en el “tiempo del fin”, “se cumplirá” según escuchó Daniel, “cuando se acabe de quebrantar el poder del pueblo santo”, luego de “un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo” (Dan 12:7). En otras palabras, eso tendría lugar luego de la “gran tribulación”. Pero entonces Daniel intervino y preguntó: “Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas [’eleh]? (v. 8). Se le respondió que su comprensión estaba sellada para “el tiempo del fin”.

Nuevamente el ángel le refiere la gran tribulación que purificaría mediante el horno de la aflicción a los que pasasen por ella (v. 10; cf. 11:35; Apoc 6:9-11). 1290 días-años duraría la “abominación asoladora” y el quitamiento del “continuo” (v. 11), todo lo cual precedería al juicio final. “Feliz el que espere y llegue” al día en que en el cielo se iniciase el juicio investigador, al cabo de 1335 días-años, cuyo propósito sería vindicar a los santos y darles el reino (v. 12). También Daniel se levantaría entonces, luego de ese juicio, “para recibir” su “herencia” (v. 13; cf. 7:22).

Interpretaciones futuristas que tienden a confundir

En años recientes, algunos han querido vincular los 1290 días-años y los 1335 días-años de Daniel 12:11-12 con el fin del tiempo de gracia y la 2da. Venida de Cristo o algo relacionado con esos eventos finales. Para ello han interpretado los días en forma literal, sin relación con años. Pero esa interpretación carece de consistencia porque se contradice con el principio bíblico de “día por año” para las profecías apocalípticas, claramente confirmado por la exégesis bíblica así como por su cumplimiento histórico.

Por otro lado, las profecías fechadas no tienen doble cumplimiento, en relación con épocas distintas. Los 400 años de cautividad israelita en Egipto no volvieron a cumplirse. Los 70 años de cautividad en Babilonia tampoco volvieron a cumplirse. Las 70 semanas de Dan 9 no volverán a tener cumplimiento. Tampoco los 1260, 1290, 1335 y 2300 días-años que ya se cumplieron en la historia y no debe esperarse un doble cumplimiento para el futuro. Los que en nuestras filas han intentado poner para el futuro lo que ya se cumplió, se basan en una declaración del Espíritu de Profecía sin tener en cuenta las numerosas declaraciones que dió para negar que habría un espacio enmarcado en tiempo que se daría luego de 1844 (véase Apoc 10:7).

La cita del Espíritu de Profecía que ha sido utilizada se refiere a la tribulación final (la tercera si seguimos la relación con Roma, ahora en su fase papal y última).

“Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de esta nación [los EE.UU], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades, y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas”, Maranata, 178.

Que tanto los estandartes romanos idólatras en tierra santa como la imposición de un falso día de reposo que no honra a Dios conforme a lo que él indicó en sus mandamientos sean una “abominación”, aunque ella no lo mencione aquí, no es algo que necesite discutirse. Pero, ¿hay algo que nos permita vincular esta declaración suya con el período de abominación mencionado en Dan 12:11? De ninguna manera. Para hacerlo, tendríamos que pasar por encima de muchas otras declaraciones suyas que fueron terminantes con respecto a algún tipo de fecha futura.

Nuestra interpretación de Apoc 10:7 sigue en pie. El pasaje no dice que el tiempo seria corto, según algunas versiones han tratado de traducirlo, sino que "el tiempo [profético] no será más".

"Este tiempo, que el Angel declara con un solemne juramento, no es el fin de la historia de este mundo, ni del tiempo de prueba, sino del tiempo profético que debía preceder a la venida del Señor. Esto es, la gente no tendrá otro mensaje sobre tiempo definido (Apoc 10:4-6). Después de este periodo de tiempo que llega de 1842 a 1844, no puede haber una delineación definida de tiempo profético. El recuento más largo llega al Otoño de 1844," Ms 59, 1900.

"Al Señor le había placido mostrarme que no habría tiempo definido en el mensaje dado por Dios desde 1844," 2MS: 83 (1885).

"Nuestra posición ha sido de esperar y velar, con ninguna proclamación de tiempo entre el cierre de los periodos proféticos en 1844 y el tiempo de la venida del Señor". 10MR:270 (1888).

Con este contexto tan claro, no se puede entender de otra manera una cita del Espíritu de Profecía que tiene que ver con la respuesta de ella a un hombre que la acusaba de varias cosas. Dijo que "le hablamos a él de algunos de sus errores en el pasado, que los 1335 días habían terminado y [le dijimos] muchos de sus errores," París, Maine, 27 de Noviembre de 1850.

"Algunos tomarán la verdad que se aplica a su tiempo y la colocarán en el futuro. Acontecimientos de la secuencia profética que se han cumplido en el pasado son colocados en el futuro, y así es como, a causa de esas teorías, se debilita la fe de algunas personas. Según las instrucciones que al Señor le ha complacido darme, Ud. esta en peligro de llevar a cabo la misma obra al presentar a otros verdades que ya tuvieron su lugar y realizaron su obra especifica para ese tiempo en la historia de la fe del pueblo de Dios. Ud. acepta como verdaderos estos hechos de la historia bíblica, pero los aplica al futuro. Todavía mantienen su fuerza en su lugar debido en la cadena de los acontecimientos que nos han convertido en el pueblo que hoy somos, y como tales deben presentarse a los que moran en las tinieblas del error," 2 MS: 117-118.

5. Las señales estelares de la cercanía del fin.

La tendencia al futurismo—que se manifiesta en procurar empujar hacia adelante lo que ya se cumplió—en relación con la “gran tribulación” medieval a la que se refirió Jesús, conduce a otro problema que algunos han querido también introducir en nuestra iglesia, ya tocando los bordes del tercer milenio. Si la tribulación a la que se refirió Jesús es la final que se da al concluir el juicio celestial (Dan 12:1), no la que debía preceder a su inicio, entonces el gran terremoto de Lisboa en 1755, el día oscuro en 1780, y la caída de las estrellas en 1833, todos precediendo al juicio que comienza en el cielo en 1844 (Dan 8:14), no tuvieron nada que ver con lo que anunció el Señor y lo confirmó en el sexto sello en el Apocalipsis (Apoc 6:12-13). ¿En qué quedaría la historia de nuestra Iglesia, bajo una interpretación tal? Cualquiera puede imaginárselo.

Es cierto que en el Antiguo Testamento Dios dio señales estelares en relación con los microcosmos del fin (Joel 2:30-31). La destrucción de Jerusalén en el año 70 fue precedida también por señales estelares macabras que presagiaban el fin.

“Aparecieron muchas señales y maravillas como síntomas precursores del desastre y de la condenación. A la medianoche una luz extraña brillaba sobre el templo y el altar. En las nubes, a la puesta del sol, se veían como carros y hombres de guerra que se reunían para la batalla... Temblaba la tierra...”, CS, 32-33.

El anuncio de Jesús, así como el que confirmó a Juan, debía darse luego de la “gran tribulación” del quinto sello (Mat 24:21,29; Apoc 6:9-10). Aunque el período de tribulación culminaba, según Daniel y Juan, en 1798 (1260 días-años), con el juicio al papado romano cuyo poder político recibió un golpe mortal (Apoc 13:3), la tribulación o persecución o angustia que había causado el papado romano durante tanto tiempo había sido acortada por misericordia divina. Inmediatamente después de esa persecución que fue acortada antes de recibir su golpe mortal, se darían las señales estelares.

“La persecución contra la iglesia no continuó durante todos los 1260 años. Dios, usando de misericordia con su pueblo, acortó el tiempo de tan horribles pruebas. Al predecir la ‘gran tribulación’ que había de venir sobre la iglesia, el Salvador había dicho: ‘Si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados’ (Mat 24:22). Debido a la influencia de los acontecimientos relacionados con la Reforma, las persecuciones cesaron antes del año 1798”, CS, 309-310.

“Después de describir el largo período de prueba por el que debía pasar la iglesia, es decir, los 1260 años de la persecución papal, acerca de los cuales había prometido que la tribulación sería acortada, el Salvador mencionó en las siguientes palabras ciertos acontecimientos que debían preceder su venida y fijó además el tiempo en que se realizaría el primero de estos” (cita Mar 13:24). Los 1260 días, o años, terminaron en 1798. La persecución había concluído casi por completo desde hacía casi un cuarto de siglo. Después de esta persecución, según las palabras de Cristo, el sol debía obscurecerse”, CS, 351.

¿Debía el terremoto del sexto sello considerárselo como el más grande de la historia? En absoluto. Una de las señales de la cercanía del fin tendría que ver con un incremento de “terremotos en diversos lugares” (Mat 24:7). Pero uno de ellos, descripto como “un gran terremoto” (Apoc 6:12), daría inicio a las señales relativas al “tiempo del fin”. Ninguno de los terremotos que se dieron en China o en la India fueron seguidos por el oscurecimiento de un día y la lluvia de meteoros predicha. Las señales debían ser enviadas a los discípulos del Señor, es decir, a quienes iban a entenderlas, en el mundo cristiano.

Lo mismo puede decirse del oscurecimiento del sol, cuya causa no se conoce plenamente aún. No hay testimonios históricos de incendios de bosques que se hubiesen dado en el lugar del oscurecimiento, de tal magnitud como para abarcar tanto territorio como el que presenció ese evento. Tampoco debía esperarse que la lluvia de meteoros fuese causada por eventos sobrenaturales, ni tampoco debía esperarse que no volviesen a repetirse. Claro está, el orden de los eventos y el efecto causado no iban a ser igualados.

Según el Apocalipsis, habría un terremoto final que destruiría todas las obras de los hombres, en la última plaga, sepultaría islas y barrería con todas las montañas (Apoc 6:14; 16:18-20). Es el mismo terremoto final que cierra todas las series apocalípticas, no el que las inicia (Apoc 8:5; 11:19; 16:18-20). No se daría como señal precursora para que levantemos nuestras cabezas, sabiendo que nuestra “redención está cerca” (Luc 21:28). Tendría lugar en el mismo fin, luego que el cielo se enrollase (o corriese) “como un pergamino” para que desde la tierra pudiese verse venir al Señor en toda su gloria (Apoc 6:14), y los impíos clamasen a los montes y a las rocas que caigan sobre ellos, algo que el Señor cumplirá (v. 15-16).

En otras palabras, ninguna otra señal cósmica del Apocalipsis reservada para el fin mismo, puede relacionársela con las preliminares que aparecen al iniciarse el 5to. sello, luego de la gran tribulación medieval de la que advirtió Jesús en su sermón profético. Con respecto a la serie de eventos cataclísmicos que concluirían cada serie, el Espíritu de Profecía los ubicó en el fin también, no como señal precursora, sino como culminación de las séptuples series proféticas del Apocalipsis.

“Una crisis había llegado en el gobierno de Dios. La tierra estaba llena de transgresión. Las voces de los que habían sido sacrificados a la envidia y odio humanos estaban clamando bajo el altar por retribución [referencia al 5to. sello]. Todo el cielo estaba preparado para ir, a la voz de Dios, en socorro de sus elegidos. Una palabra de él, y los relámpagos del cielo habrían caído sobre la tierra, llenandola con fuego y llamas. Pero Dios tenía que hablar, y habrían habido truenos y relámpagos y terremotos y destrucción”, en RH, 5, 7-17-1900.

Contrastes entre la tribulación medieval y la final.

Llama la atención a la manera en que Jesús se refirió a la tribulación medieval. Por su extensión y crueldad, algo confirmado en la historia humana, según ya vimos, esa tribulación sería única, “como nunca hubo desde el principio del mundo, ni habrá después” (Mat 24:21). Daniel se refirió con términos equivalentes, sin embargo, a la tribulación final que será corta, y en donde los poderes de este mundo no podrán prevalecer como sucedió durante la gran tribulación medieval (Dan 7:25; Apoc 13:7). “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran Príncipe que se pone de pie por tu pueblo. Y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces. Pero en ese tiempo será librado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro” (Dan 12:1).

Es indudable que esa tribulación que sucede al juicio y a las señales del fin, es también única pero por motivos diferentes. Es la tribulación que se dará no sólo porque los redimidos de la última generación tendrán que permanecer en pie ante los poderes de este mundo que procurarán destruirlos a menos que una marca les sea impuesta (Apoc 13:4,15-17), sino también por tener que permanecer en pie ante la ira del Cordero, con el fallo de la corte celestial ya tomado y en espera a conocer su resultado (Apoc 6:17-18; 14:9-12).

Conclusión

¿Cuántas señales quedan por cumplirse para que venga el Señor? ¡Casi todas se han cumplido! Sin embargo, los vientos de las pasiones humanas, de la persecución o tribulación final, siguen contenidas (Apoc 7:1-2). La tormenta está lista para estallar. Pero por misericordia a quienes deben ser sellados, Dios sigue estirando el tiempo de oportunidad (v. 3). ¡Cuánta paciencia divina! ¡Cuánta misericordia!

La última señal que se dará antes que expire el tiempo de gracia será la imposición de la “marca de la bestia” (Apoc 13:15-18). La siguiente tendrá que ver con la primera plaga del Apocalipsis. Y la última señal que se dará del fin mismo será la nube que envuelve al Salvador.

“Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de obscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hombre”, Conflicto de los Siglos, 698.





Fuente: Mensajes Distintivos Adventistas
Autor: Dr. Alberto Treiyer. Teólogo e investigador sobre los mensajes bíblicos y proféticos distintivos que Dios nos dio para este tiempo.
B.A., Colegio Adventista del Plata, E. R., Argentina, M.Div. y D.Theol., Universidad de Estrasburgo, Francia.
Nota: originalmente publicado el 23 de diciembre de 2008 en esta misma sección de Ojo Adventista




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domingo, 5 de junio de 2011

Estudio de Daniel 2 y 7. Por Alberto Treiyer

Introducción

En la catedral de Estrasburgo hay un reloj enorme que, a las 12 del día, hace desfilar a los doce apóstoles delante del Señor. En la base de tal reloj aparecen en cuatro partes los cuatro animales feroces de Daniel 7, con la inscripción: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Cuando uno averigua la época en que se agregó esa inscripción, descubre que corresponde a la Reforma. La ciudad de Estrasburgo fue una de las primeras en aceptar la reforma protestante y sólo en tiempos modernos devolvió esa catedral a la Iglesia Católica. La inscripción de esa interpretación apocalíptica no ha sido borrada, sin embargo, y continúa siendo llamativa para los turistas que prestan atención en ella.

Los cuatro reinos y sus críticos

Hoy, la mayoría de los intérpretes modernos hacen desembocar la estatua de Daniel 2 y las bestias feroces de Daniel 7, así como el resto de las profecías de Daniel, en la época en que suponen haber sido compuesto el libro de Daniel, es decir, en la época del rey griego seléucida Antíoco Epífanes del Siglo II a.C. Siendo que los documentos de Qumran y otros manuscritos antiguos del libro de Daniel, prueban una antigüedad mayor por el estilo de escritura, los comentarios más recientes admiten que trozos de las historias y profecías de Daniel existían antes, pero que fueron recompuestos por un autor posterior, siempre en el siglo II a.C. [Así como la vieja poesía española: “Moza tan fermosa non vi en la frontera..., faciendo la vía de cada traveño...”, revela características en el lenguaje hispano que hoy no se dan y que pertenecen a determinada época de la historia, así también los manuscritos más antiguos del libro de Daniel revelan características en la escritura que preceden al siglo II a.C.].

Todos hacen partir los imperios de Babilonia, pero para poder desembocar el cuarto en el gobierno griego de los seléucidas, los críticos escépticos dividen en dos el reino de los Medos y Persas (recordemos que aparecen unidos por los dos brazos a la altura del pecho). En Daniel 8:20, sin embargo, se describe al carnero con dos cuernos como un reino, el de los Medos y Persas, lo que prueba que Daniel no los vio como dos reinos diferentes. Los críticos hablan también de las uniones matrimoniales entre los reyes seléucidas y los reyes ptolomeos que, a pesar de eso, no lograron la unión en un solo reino. Pero no explican que después vino otro imperio, el romano, y que el Dios del cielo no haya levantado ese reino del que habló en la época de esos reyes griegos. Para adoptar esa interpretación tienen que pasar por alto, además, lo que creyó la iglesia cristiana sobre esas profecías en toda su historia. Una excepción es la época moderna con su escepticismo característico. Aunque en algunos siglos de la historia cristiana se haya ignorado esa profecía, en nuestra época no se la ignora, sino que se la rechaza con una interpretación que no toma en serio el texto bíblico.


Diez reinos

Algunos han objetado que, en diferentes períodos de la historia, hubo más y menos de diez reinos que sucedieron al de Roma, según la ocasión. Inclusive nuestros pioneros estaban divididos en 1888, frente al gran congreso de Mineápolis que definió mejor el tema sobre la Justificación por la Fe, tocante a la inclusión de los hunos o de los alamanes dentro de los diez.

No necesitamos entrar en esta discusión. Hubo 12 tribus de Israel y, aunque de José salieron dos, Efraín y Manasés, siguieron siendo considerados como doce debido a que Leví no recibió herencia como las demás (Números 1-3). Incluso en el libro del Apocalipsis, los dos hijos de José son mencionados como dos tribus separadas, y falta la tribu de Dan. El que después se sumen o se resten no quita su identificación con el número inicial.

Algo semejante podemos decir de los doce apóstoles. Después del suicidio de Judas quedaron once, hasta que los discípulos eligieron a Matías para reemplazar a Judas, y el Señor escogió a Pablo en su lugar. Pero el número 12 continúa siendo significativo en el símbolo junto con las 12 tribus de Israel, ambos teniendo su lugar en la ciudad de Dios. ¿Habría de extrañarnos que hoy, el Mercado Común Europeo esté compuesto por más de diez naciones?

Lo mismo podemos decir con respecto a los tres cuernos que fueron quitados para que pudiese comenzar a reinar el papado romano (“cuerno de pequeños comienzos”), según lo indicado en la profecía (Daniel 7:7, 20, 24). El lugar dejado por los hérulos, por ejemplo, fue ocupado por los ostrogodos que eran arrianos también, de manera que su desaparición no tiene nada que ver con el levantamiento del papado. El primer reino que salió en defensa del papado y se vio implicado en la desaparición de los visigodos fue Clodoveo. Fundó París como su capital (antiguamente era una aldea romana), en el año 508, año en que, según estudios más recientes, se bautizó como católico. Ese es el punto de partida para el comienzo de los 1290 días-años (Dan 12:12).

De Clodoveo se dice que “restauró la unidad cristiana y estableció en París la monarquía franca a base de una estrecha alianza entre el rey y la Iglesia”, [J. Pirenne, Historia Universal, p. 432]. Fue el mismo reino el que le dio el golpe de muerte al papado 1290 años después, conforme a la predicción de varios autores de la época ya antes de 1798. Los intérpretes historicistas de fines del siglo XVIII argumentaron que siendo que los francos habían sido los primeros en defender y apoyar al papado, debían ser ellos los que le diesen la herida mortal al concluirse los 1290 días-años. Hoy son todavía los franceses los que más se oponen a los intentos papales de lograr la unión europea con el reconocimiento oficial de las tradiciones cristianas de Europa (el papado romano y las iglesias que lo apoyan). ¿Serán ellos los últimos en sanar la herida?

El emperador Justiniano, por su parte, sería quien libraría al papado del reino ostrogodo, último de los tres cuernos opositores, en el año 538. Con su decreto daría autoridad al pontificado romano por sobre todas las demás iglesias.

“Se mezclarán con simiente de hombre” (Daniel 2:43)

¿Se trata de un cumplimiento literal que implique la unión matrimonial de príncipes y princesas europeas durante la época de los diez dedos o diez cuernos del cuarto reino? ¿O se trata de un símbolo de alianzas hechas entre dos partes desiguales—iglesia y estado—como lo fueron siempre el hierro y el barro? ¿Podría servir el símbolo para proyectar ambos hechos que se dieron en la historia?

La mayoría de los intérpretes adventistas tomó el símbolo de Daniel 2:43 como prueba de que Europa no se unirá jamás. Carlomagno en el siglo VIII, Carlos V en el siglo XVI, Napoleón en el siglo XVIII, y Hitler en el siglo XX, intentaron unir a Europa pero todos fracasaron. Los intentos por unir Europa en un Mercado Común fueron pronosticados por algunos también como imposible.

¿Qué podemos decir de una interpretación tal? Que aunque es buena y sólida desde la perspectiva histórica, es audaz al volverse categórica con respecto a sucesos que no se han cumplido y que no necesariamente están implicados en la visión. Por ejemplo, puedo aceptar que las naciones europeas continuarán con sus gobiernos propios, pero no negar o descartar un intento de confederación final que resalta en Apocalipsis 17:14, donde aparecen unidos para guerrear contra el Señor en ocasión de su venida.


Hierro y barro: Iglesia y Estado

Para el Espíritu de Profecía, el doble símbolo del hierro y del barro que se da antes de llegar a los diez dedos, a la altura del pie
(Daniel 2:33,41-43), tiene que ver con la unión de la iglesia y el estado que se dio durante toda la Edad Media y se volvería a dar al final. Aunque los dos poderes se mantuvieron unidos en propósitos comunes, no dejaron de existir como entidades separadas. Tampoco se dio una fusión absoluta entre iglesia y estado en ninguna época de la historia. Así como el barro no puede soldarse con el hierro, tampoco esa unión que se dio sería sólida y estable. De W. Goets, Historia Universal (Espasa Calpe, Madrid, 1946), tomo III, pp. 9-13, leemos la siguiente descripción en relación con esta paradoja de unión separada o reino dividido:

“Románticos e ilusos han celebrado la Edad Media como una edad de oro. Nunca fue la Edad Media lo que se ha dicho de ella. Nunca fue esa vida piadosa de los hombres, esa unidad de Estado e Iglesia, esa armonía en la economía y en la vida de las clases sociales... La concepción medieval del universo no dio la paz a los pueblos occidentales, ni tampoco pudo impedir las sinrazones y las violencias en la vida diaria... Desenvolviose por doquiera una división de clases y estamentos con rigurosa jerarquía, con servidumbre del débil bajo el fuerte, con inseguridad en la vida continuamente amenazada por robo y pillaje, con desenfrenados instintos en los grandes como en los pequeños. El número de las mujeres que en la Edad Media fueron sencillamente muertas o brutalmente repudiadas por sus maridos, desde los príncipes hasta los aldeanos, es infinito...

“La Iglesia no consiguió educar en una vida ideal ni a los legos ni a sus propios servidores. La crónica escandalosa de la Edad Media en lo referente a clérigos y claustros es de una considerable extensión. El Estado y la Iglesia no condujeron a la Humanidad a su salvación, sino que se complicaron uno y otra en cuestiones y discusiones, y aun choques, que condujeron al envenenamiento de la vida y a desmedidas pretensiones de ambas partes. En estas luchas y sus consecuencias arruináronse el imperio y el pontificado de la Edad Media.

“La Edad Media posterior cosecha la siembra de la Edad Media anterior... El imperio cristiano... había nacido sobre un supuesto religioso: que por obra de la voluntad divina habían de regir el mundo el emperador y el papa, aquel en lo profano, y éste en los asuntos espirituales de la Humanidad. Pero en vez de una pacífica división de actividades, habíase producido una apasionada lucha del emperador y del papa por el poder. Y ambas partes se habían destrozado política y moralmente”.

De J. Pirenne, Historia Universal (Ed. Éxito, Madrid, 1961), tomo II, p. 60, leemos, además, que “bajo esta ficticia unidad [la de las instituciones laicas y religiosas del imperio carolingio], siguieron conservando una diversidad fundamental...”.


Naturaleza de la unión entre Iglesia y Estado

El matrimonio más largo e infeliz de la historia fue el del papado romano (poder religioso) con el estado europeo (emperadores y reyes). El problema se dio en que ninguno quiso dejar de ser cabeza. Ambos tenían coronas y se pelearon siempre por determinar quién era realmente la cabeza de ese hogar. En líneas generales, sin embargo, se reconoce que durante la Edad media, “para dominar las conciencias, [la Iglesia] buscó el apoyo del poder civil. El resultado fue el papado, es decir, una iglesia que dominaba el poder del Estado y se servía de él para promover sus propios fines y especialmente para extirpar la ‘herejía’”, [Conflicto de los siglos, p. 496].

El golpe de muerte para la Iglesia de Roma fue que su cónyuge, el estado, se liberó de ella. Era un grito de libertad de conciencia el que se impidiese a la iglesia ser reconocida oficialmente por el estado. Pedimos libertad para adorar a Dios conforme a nuestra conciencia, y sin interferencias entre nosotros y Dios. No pedimos que el Estado reconozca nuestras creencias por la ley porque creemos que nadie tiene derecho a imponer su fe a los demás. La ley civil no debe intervenir en eso ni sancionando ni rechazando.

La Iglesia Católica Romana, en cambio, ha vuelto a sus andadas anteriores, y el mundo está a punto de doblegarse a sus reclamos. Se presenta como liberadora de los pobres mediante un jubileo impostor (véase mi libro Jubileo y Globalización. La intención oculta). Pretende que es una injusticia el que las naciones europeas, que están trabajando con la Carta de Europa para su unidad política y comercial, ignore sus tradiciones cristianas. Si Europa, y más extensamente, el mundo, no terminan reconociendo los valores cristianos representados por los religiosos y cristianos en puntos comunes de fe, perderá su alma.

¡Sí, asombrosamente el papado reclama ahora libertad religiosa! Con el apoyo ya de las iglesias protestantes y ortodoxas, continúa insistiendo en el reconocimiento oficial de la Iglesia Cristiana representada por esas comunidades religiosas para Europa, sin lo cual considera que no hay libertad religiosa. Mientras que en la Edad Media no reclamaba libertad religiosa porque imponía libremente sus dogmas a todos los reinos, ahora lo que está reclamando es libertad para poder hacer lo mismo que hacía antes, con la salvedad de prometer ahora reconocer luego a otras religiones con las que está pactando. Considera que hay ciertas instituciones cristianas que necesitan un respaldo del estado para que no se deterioren. Entre ellas están las fiestas católicas y protestantes como Semana Santa, Navidad y el domingo, que deben ser amparadas por la ley.

Hasta ahora se le han opuesto ciertos políticos franceses porque, de darle el gusto, tendrían que renunciar a la razón misma de ser de la Republique Française. Pero ya hay síntomas de aflojar en la oposición a Roma de parte, por ejemplo, del primer ministro Jospin en Francia. El pluralismo religioso que ahora acepta Roma contribuye a alejar algo los temores de volver a la intolerancia medieval. Pero pocos se dan cuenta que ese pluralismo es limitado y condicionado a las prerrogativas de Roma. Tampoco parecen darse cuenta que bajo el alarde de pluralismo terminarán excluyendo a un remanente que guarda “los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús” (Apocalipsis 12:17; 14:12).

Conclusión

Los reinos de los hombres podrán parecer sólidos como el oro, la plata, el bronce o el hierro. Pero su basamento es tan endeble como el intento de unir el hierro con el barro. La humanidad no podrá darse abasto a sí misma. Sucumbirá arrastrando tras sí todo el cúmulo cultural, político y religioso-pagano de los reinos que la precedieron, y que se había perpetuado en cada reino sucesivo. Como las dos torres que representaban la fortaleza del poderío económico mundial en Nueva York, así también la fortaleza de los reinos de este mundo se desplomará. Triste y doloroso es el hecho. Dios no lo quiso ni lo quiere. Pero lo permitió y lo hará finalmente, para acabar con el régimen de la fuerza y la opresión. “Los reinos de este mundo han pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). Ese reino no se corromperá jamás, y el Señor lo compartirá con sus humildes siervos que caminan y tiemblan ante él (Daniel 2:44-45; 7:22, 26-27).





Fuente: Mensajes Distintivos Adventistas
Autor: Dr. Alberto Treiyer. Teólogo e investigador sobre los mensajes bíblicos y proféticos distintivos que Dios nos dio para este tiempo.
B.A., Colegio Adventista del Plata, E. R., Argentina, M.Div. y D.Theol., Universidad de Estrasburgo, Francia.

Nota: articulo publicado originalmente el 1 de diciembre de 2008 en este blog que posteriormente paso a conformar a Ojo Adventista.


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