martes, 21 de abril de 2009

Desastres naturales: ¿Obra de Dios o de Satanás? Por Herbert E. Douglass

En los últimos años, nuestro planeta ha estado sufriendo un número creciente de desastres naturales: terremotos, huracanes, sequías, inundaciones y un tsunami devastador. Algunas de estas crisis, aunque menos dramáticas, tales como el calentamiento global y el consecuente retroceso de los glaciares y del casquete ártico, han planteado interrogantes en muchas mentes al respecto de sus causas. ¿Son estos sucesos resultado de leyes naturales todavía mal comprendidas? ¿Es el maltrato humano del ambiente la verdadera causa? Los creyentes de distintas religiones también se plantean si estas catástrofes no son castigos enviados por una deidad airada. Los creyentes en la Biblia han reflexionado sobre los papeles respectivos que juegan Dios y Satanás como protagonistas de última instancia en un drama cósmico. ¿Será que estas calamidades señalan en dirección a un acontecimiento culminante de la historia humana?

Al tratar de entender qué papel juega Dios en los desastres naturales, tenemos que evitar caer en la trampa promocionada por Satanás, a saber, que los desastres de los últimos días de la historia provienen de un Dios afrentado y airado. Justamente así es como Satanás ha estado pintando a Dios desde el Edén e incluso antes. Sin embargo, de acuerdo con la Biblia, estamos en medio de las últimas horas de un conflicto cósmico, el Gran Conflicto que ha aquejado al universo desde que hubo “guerra en el cielo” (Apocalipsis 12:7).


Un vistazo a la profecía bíblica

En el Apocalipsis leemos que hacia el final de la historia humana Dios, por medio de sus ángeles, estará “deteniendo los cuatro vientos de la tierra para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol” (7:1). Antes del tiempo del fin, esta tierra habrá visto todo tipo de aflicciones aquejando los continentes, el mar y la vegetación. Pero no hemos visto todavía nada como lo que ocurrirá cuando los vientos de destrucción sean completamente liberados del poder retentivo de los cuatro ángeles que reciben sus órdenes directamente de Dios mismo.1

¿Por qué se detiene todavía a los vientos? El pueblo de Dios no ha sido completamente sellado todavía con la aprobación del Señor “escrita en su frente” (Apocalipsis 14:1). El sello divino de aprobación será colocado sobre aquellos que lo puedan representar adecuadamente al mundo, los que digan la verdad acerca de Dios y testifiquen de su poder, que es, de nuevo, lo que Satanás ha estado tratando de impedir por un tiempo muy largo. Aquí hay gente que está ahora lista para permanecer firme en medio de las angustias de los últimos días descritas en los versículos finales de Apocalipsis 6. ¿Y qué decir de estos vientos? Representan la obra maléfica de Satanás que están por ser liberados de la mano restrictiva de Dios. Todo esto puede ser comprendido mejor a la luz del Gran Conflicto. Es la reproducción del libro de Job, pero a escala colosal: fuego que cae del cielo y quema las ovejas de Job y sus siervos, pandillas de bandidos que merodean a su gusto, un gran viento del cielo que destruye una casa y mata a sus hijos (Job 1 y 2). ¡Satanás es increíblemente malvado! Y sigue siendo el mismo hoy como era en días de Job.


El papel de Satanás

La bien estudiada estrategia de Satanás siempre ha sido confundir, engañar y destruir la paz del mundo. Ha sido “homicida desde el principio” (Juan 8:44). ¿Por qué? Para eliminar toda esperanza y confianza entre los miles de millones que habitan en la tierra de que Alguien más poderoso, fiel y justo reina sobre el universo Pero, ¿dónde está Dios? Dios, dentro de los propósitos del Gran Conflicto, permite este ataque final de engaño y aflicción, ya no sólo sobre un hombre llamado Job sino ahora sobre todo el planeta. Todo lo que Job llegó finalmente a saber sobre lo que había detrás de las catástrofes que estaban sufriendo él y su familia –incluyendo fuego del cielo y un viento devastador– Dios se lo hizo saber con posterioridad. Pero hasta entonces, fueron tiempos muy amargos. Job supo sólo más tarde que Dios había sido desafiado por Satanás, quien estaba furioso porque Job había sido bendecido con una gran familia y abundante prosperidad. Satanás acusó a Dios de favoritismo, de que la razón por la cual Job era tan fiel en su obediencia religiosa era porque Dios le había puesto un “cerco” alrededor y de esta manera había comprado su obediencia (Job 1:8-12; 2:3-7).

Y entonces aparecen los teólogos diletantes que vienen a explicar a Job por qué había tenido que experimentar estos terribles desastres (Job 2:11-13). Lo que leemos en los siguientes capítulos del libro son los diferentes razonamientos que mucha gente usa todavía hoy para explicar las terribles calamidades. Es porque Job está escondiendo terribles secretos de malos hábitos y Dios lo está castigando. O porque Dios sólo escucha a los justos y pasa por alto a otros porque es un Dios justo, o es tan santo y justo que sólo descarga su ira contra los malvados, o que Job está recibiendo todavía menos castigo de lo que merece. Oímos muchos ecos de los tres “amigos” de Job hoy, en internet, en los medios masivos de comunicación y en muchos púlpitos. El apóstol Pablo lo dice claramente: Satanás es “el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia (Efesios 2:2).2 ¡Es más que un mito! Es el gran antagonista de Dios, que hace todo lo que puede para distraer, desmoralizar y destruir a hombres y mujeres. Y por razones que sólo Dios sabe, va a retirar gradualmente el poder restrictivo que ha estado ejerciendo hasta ahora sobre los planes homicidas de Satanás.3


Jesús describe el futuro

Por supuesto, este planeta siempre tuvo terremotos, tornados, inundaciones, huracanes (tifones) y hambrunas. Algunos de los peores que se conozcan ocurrieron hace mucho tiempo, causando mucho más daño que los que hemos experimentado en los últimos años, si bien hoy hay poblaciones mayores que viven en las mismas zonas. Durante los últimos días del ministerio terreno de Jesús sus seguidores le preguntaron por señales del fin de los tiempos y de su prometido regreso. Entre otros indicadores, Jesús les dijo: “Oiréis de guerras y rumores de guerras, mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:6-8).

En otras palabras, el mundo tendrá siempre guerras, terremotos, pestes y desastres. Pero hay señales específicas que él delineó en Mateo 24 y 25, tales como el evangelio predicado en todo el mundo, y entonces regresará (24:14). Comparó los últimos días del planeta Tierra con los últimos días antes de que Noé entrara en el arca (24:37-39). Ilustró su regreso demorado con la demora de un novio en aparecer en su boda (25:5).


Detección de diferencias

Al meditar en los desastres de los últimos años, notamos una diferencia con los del pasado. En un cuadro gráfico, el aumento de su frecuencia e intensidad sería una curva exponencial, con una pendiente ascendente de la curva que se levanta rápidamente en contraste con un aumento proyectado que podría esperarse como una línea recta ascendente. ¿Puede alguien negar que huracanes, inundaciones, pestilencias, quiebras, degradación moral, agotamiento de las fuentes acuíferas, consumo desbocado de energía y realidades similares están aumentando con sorprendente velocidad?4 La mayoría de la gente vive con un sentimiento de que todo está desencajado con respecto al tipo de vida que se hacía aun hace pocas décadas. No parece haber manera de retrasar el reloj. La escalera mecánica, sea la que sube o la que baja, parece ir cada vez más rápido. Y en todos anida una sensación de que no podemos salirnos de esa escalera, que se incrementa cuando las noticias de los últimos desastres son emitidas por los medios globales de comunicación y llegan a nuestras computadoras.5


Una perspectiva adventista

Durante más de 150 años, los adventistas del séptimo día han estado proclamando al mundo que la historia humana se acerca rápidamente a su fin, predicho por Dios mismo en las Escrituras. Nos anima ver que millones de otros cristianos también han comenzado a enfocar su atención y esperanza en la pronta venida de Jesús. Además, hay ahora docenas de páginas en la internet que están dedicadas a los acontecimientos de los últimos días. La serie de libros de gran venta y películas “Dejados Atrás” amplifican la sensación de que algo tremendo está por ocurrir. Sin embargo, debido a nuestra comprensión de la profecía bíblica, no creemos que los cristianos serán rescatados en un arrebatamiento (rapto) secreto o que Israel sea protagónico en los acontecimientos de los últimos días. Ni esperamos un Armagedón donde ejércitos modernos luchen en la llanura de Esdraelón.

Los optimistas están en lo cierto: el mundo no terminará en un quejido ni en una explosión. Las potencias nucleares del mundo no incinerarán la tierra, ni nos asfixiaremos en nuestra propia basura, ni nos desecaremos en una hambruna masiva. Y los pesimistas también están en lo cierto: por más vacunas que almacenemos para los problemas físicos que enfrentamos hoy, no habrá vacuna que nos proteja de la marejada de basura moral que se infiltra por doquier en la vida moderna, especialmente en el “civilizado” occidente. Todos los posicionadores satelitales y automóviles de combustibles limpios no podrán acallar el odio en aumento que infecta las comunidades y las naciones.


Conclusión

El entender la interacción precisa entre los factores humanos, naturales y sobrenaturales que producen los desastres que nuestro mundo experimenta en aumento está más allá del conocimiento humano. Para el creyente en la Biblia, sin embargo, algunas cosas son ciertas: Satanás busca destruir a tanta gente como puede con los medios de que dispone. Pero en última instancia, la verdad triunfará y Dios y sus leales quedarán al fin reivindicados. Vivimos en los días finales de la historia de la tierra. Cada día es precioso e irrepetible.

“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el Día del Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios!” (2 Pedro 3:9-12). ¿Estás listo, estoy yo listo?



Fuente: Diálogo Universitario
Autor: Herbert E. Douglass (Th.D., Pacific School of Theology) teólogo y erudito adventista, figura clave del movimiento "Last Generation Theology". Fue presidente del Altantic Union College; editor de la Review an Herald; preidente el Weimar Institute; vicepresidente del Adventist Heritage Ministry: consultor de Amazing Facts... fue uno de los editores del Comentario Biblico Adventista. Es autor de 24 libros, que incluyen Messenger of the Lord, Pacific Press, 1998) y God at Risk (Amazing Facts, 2004).
Referencias: 1. “Ángeles están circundando el mundo, rechazando las pretensiones de Satanás a la supremacía, las que presenta debido a la gran multitud de sus adeptos. No oímos las voces de esos ángeles, ni vemos con la vista natural la obra de ellos; pero sus manos están unidas alrededor del mundo, y con vigilancia que no duerme mantienen a raya a los ejércitos de Satanás hasta que se cumpla el sellamiento del pueblo de Dios” (Comentario bíblico adventista del séptimo día [Boise, Idaho: Pacific Press Publ. Assoc., 1990], t. 7, p. 978). 2. “Satanás está obrando en la atmósfera; la está envenenando, y nosotros dependemos de Dios para la protección de nuestras vidas: de nuestra vida actual y eterna. Y por encontrarnos en la posición en que estamos, necesitamos estar bien despiertos, plenamente consagrados, completamente convertidos y cabalmente dedicados a Dios. Pero al parecer permanecemos inactivos como si estuviésemos paralizados. ¡Dios del cielo, despiértanos!” (Elena White, Mensajes selectos ([Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn., 1967], t. 2, p. 59). 3. “Satanás obra asimismo por medio de los elementos para cosechar muchedumbres de almas aún no preparadas. Tiene estudiados los secretos de los laboratorios de la naturaleza y emplea todo su poder para dirigir los elementos en cuanto Dios se lo permita.… Producirá enfermedades y desastres al punto que ciudades populosas sean reducidas a ruinas y desolación. Ahora mismo está obrando. Ejerce su poder en todos los lugares y bajo mil formas: en desgracias y calamidades del mar y tierra, en las grandes conflagraciones, en los tremendos huracanes y en las terribles tempestades de granizo, en las inundaciones, en los ciclones, en las mareas extraordinarias y en los terremotos. Destruye las mieses casi maduras y a ellos siguen la hambruna y la angustia; propaga por el aire emanaciones mefíticas y miles de seres perecen en la pestilencia. Estas plagas irán menudeando más y más y se harán más y más desastrosas. La destrucción caerá sobre hombres y animales” (Elena White, El conflicto de los siglos [Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn., 1977], pp. 646, 647). 4. “Se me ha mostrado que el Espíritu del Señor se está retirando de la tierra. Pronto se les negará el poder protector de Dios a todos los que continúan despreciando sus mandamientos.… La iniquidad se está convirtiendo en un asunto tan común que ya no sacude los sentidos como en un tiempo lo hacía” (Elena White, Eventos de los últimos días [Boise, Idaho: Pacific Press Publ. Assn., 1992], p. 28). 5. “Cuando la mano restrictiva de Dios se retire, el destructor comenzará su trabajo” (íd., p. 114).




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lunes, 6 de abril de 2009

La Esperanza de Islam. Por Humberto R. Treiyer

¿Habrá perdido Dios interés en las naciones? Si bien cuando nos remitimos a los libros proféticos de la Biblia, por ejemplo Daniel y Jeremías, vemos el interés de Dios por las naciones de la antigüedad, ¿dónde están los mensajes divinos para las naciones actuales? ¿O es que Dios no tenía conocimiento anticipado de los pueblos que habrían de ir surgiendo cuando se eclipsaran aquellas potencias del pasado?

Estas preguntas son válidas, y no solamente merecen respuestas sino que las demandan. Recordando que Cristo, el Hijo de Dios murió sobre la cruz para redimir a la humanidad, podríamos afirmar que Dios no se ha desentendido de su creación, sino que misericordiosamente sigue supervisando y conduciendo la historia de este planeta y su carga humana. Pero ¿dónde están las evidencias?

Hay una sección del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, en la que Dios nos da una respuesta, no acerca de una ciudad o una nación en particular, sino en relación con el más numeroso conjunto actual de naciones de nuestro planeta. Nos referimos a lo que se ha dado en llamar “la luna creciente del Islam”, expresión gráfica que se refiere no solamente al símbolo del Islam, la media luna, sino también a la forma en que se dibuja sobre un mapa de esas tierras la expansión del Islam. Esa “media luna” se extiende desde Indonesia y las Filipinas, en el este, hasta Arabia, Egipto y algunas naciones africanas, hacia el oeste. Aún antes del nacimiento de Ismael, progenitor de los árabes e hijo del patriarca Abraham y de su concubina Agar, Dios anticipó los rasgos que habrían de caracterizar a las naciones descendientes de esta pareja: “Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud. Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicción. Y él será hombre fiero [literalmente “un asno salvaje humano”, expresión que no debe interpretarse como un insulto, todo lo contrario1]; su mano será contra todos, y la mano de todos contra él, y delante de todos sus hermanos habitará” (Génesis 16:10–12).

A los 89 años de edad, Ismael, juntamente con su hermano Isaac, de 75 años, resuelta cualquier diferencia que hubiera podido haber entre ellos, en hermanable armonía dieron sepultura a su padre Abraham (Génesis 25:7–9). Ismael murió de 137 años de edad, después de haberle dado a Abraham los doce nietos que Dios había prometido al patriarca (Génesis 25:12–16). Es más, cuando los bisnietos del patriarca por Isaac y Jacob eran tan sólo doce, los ismaelitas ya recorrían el desierto en caravanas comerciales como la que llevó a José como esclavo a Egipto (Génesis 37:28).

¿Qué pasó con los descendientes de Ismael? La historia de ellos fue larga y complicada, si es que de historia puede hablarse, ya que no llegaron a formar un país centralizado. El aumento constante de su población se tradujo en la formación de algo más de 300 tribus nómadas que recorrían constantemente el vasto desierto de Arabia, tratando de encontrar subsistencia para ellos y sus ovejas, cabras y camellos. Con el tiempo, algunas de estas tribus se radicaron en la franja costera del Mar Rojo, “la Arabia feliz”, como dio en llamársela por contar con condiciones climáticas menos adversas, volviéndose sedentarias. Algo parecido ocurrió con algunas familias judías, las que más tarde habrían de ejercer una gran influencia sobre el joven Mahoma.

En el siglo V d.C., en un desolado valle de 5 km de largo y de 2 a 3 km de ancho, las tribus levantaron un santuario en forma de cubo, la Kaaba, en cuyo interior colocaron sus innumerables ídolos y una piedra de color oscuro, “la piedra negra”. En torno a este santuario las tribus acostumbraban reunirse periódicamente para sus ceremonias religiosas, transacciones comerciales y certámenes diversos. Así fue cómo, con el correr de los años, surgió Meca, la ciudad sagrada de los árabes. La erección del santuario representó un pequeño paso hacia la organización; sin embargo, los mismos historiadores árabes se refieren a la situación imperante en aquellos tiempos como “barbarie”.

Las cosas se complicaron aún más durante el siglo VI, al debilitarse la escasa autoridad política que había en Meca. El alcohol corría abundantemente, especialmente por las noches, y también corría la sangre. El juego añadía a las tensiones; y la prostitución, practicada por bailarinas que iban de tienda en tienda, hacía que las cosas se deterioraran aún más. ¿Y la religión? El animismo politeísta que había llenado el desierto de jinns, o espíritus demoníacos, no era capaz de elevar la moral de sus practicantes ni de controlar la situación. Coinciden los historiadores árabes en que había llegado el tiempo para que surgiera un libertador, un conductor religioso que los guiara fuera del pantano en el que se encontraban.

A una de las tribus, la de los koreichitas, le había sido encomendado el cuidado del santuario. Esta tribu constaba de dos poderosas familias, la de los Benu-abdu-sch-Schemes, la más rica de las dos, y la de los Benu Haschim. De esta última, alrededor de 571 d.C., del matrimonio formado por Abdul-l-lah-ben-Abdu-l-Mutalib, “descendiente directo de Ismael”, como lo pretendía, y por Amina-ben Uahab, nació Mohamed-ben-abdu-l-lah-ben-Abdu-l-Mutalib, es decir, Mahoma. Muertes prematuras en la familia hicieron que el niño peregrinara por varios hogares, hasta que fue adoptado por su tío Abú-Taleb y su esposa Fátima, e iniciado en el comercio por un preceptor judío.

Cuando Mahoma era aún joven, se dedicó a la conducción de caravanas, actividad que lo llevó a Palestina, Siria y Egipto. Una mujer de muchos recursos, Kadidja, viuda dos veces, lo contrató para hacerse cargo de sus caravanas y negocios, y, prendada por las virtudes que exhibía el joven beduino, le propuso matrimonio. A pesar de la diferencia de edades, ella de 40 años y él de tan sólo 25, sus tres décadas de vida matrimonial parecen haber sido aceptablemente plácidas. De los diez hijos que le nacieron, los tres varones murieron en su infancia.

La mayor holgura económica que le proporcionó el matrimonio le permitió dedicar tiempo a meditar y reflexionar sobre algo que le preocupaba grandemente: la situación de violencia e inmoralidad en la que vivían sus congéneres. Realizaba sus retiros en una caverna del Monte Hira, un promontorio rocoso a varios kilómetros de Meca, donde pasaba noches enteras y a veces varios días seguidos. Y fue de esa caverna de donde emergió la frase más reverenciada en el mundo árabe, que continúa sacudiendo al mundo entero hasta nuestros días: “La ilaha illa Allah” (“No hay otro dios fuera de Allah”). Después de la muerte de Mahoma se la modificó a: “La ilaha illa-Allah, Muhammadin rasulo-‘Alah” (“No hay otro dios fuera de Allah, y Mahoma es su profeta”).

El gran acontecimiento, “la noche de la excelencia y el poder”, ocurrió en 611 d.C., cuando Mahoma contaba con 40 años de edad: Un ser sobrenatural que se identificó como ”Gabriel”, tomándolo del cuello y sofocándolo, le ordenó clamar o recitar, en el nombre de Allah, el Creador del género humano a partir de sangre coagulada, lo que habría de revelársele. En otras palabras, ese ser sobrenatural que lo estaba ahorcando lo estaba comisionando como profeta.

Las dos décadas siguientes fueron difíciles. Tuvo mucha oposición entre sus parientes tribales, que rechazaron su ministerio profético. Pero en una segunda visión, en la cual “Gabriel” lo condujo en un caballo alado al séptimo cielo, a la presencia de Allah, fue confirmado en su misión profética.

El viernes 25 de junio de 622 d.C., en circunstancias en que los mecanos se disponían a terminar violentamente con el problema representado por el liderazgo de Mahoma, éste huyó hacia el norte, hacia Yathrib o Medina, población árabe que le abrió las puertas. Esta fuga marcó el comienzo de la era musulmana, punto de partida de toda la cronología del Islam. Con gran ferocidad y mucho derramamiento de sangre, logró someter a las cinco tribus medinenses, dos de las cuales eran judías. Con el respaldo así logrado se lanzó a la conquista de Meca, al costo, a lo largo de ocho años, de nada menos que 78 escaramuzas y combates, no siempre favorables.

Después de la resonante victoria de El Badr (624, d.C.), Mahoma cambió totalmente su prédica: ahora era lucha a muerte contra mecanos, judíos y cristianos, porque, según él, ellos se habían atrevido a introducir modificaciones en la revelación de Allah. Un año más tarde, luego del gran desastre de Ohed, se lanzó juntamente con sus seguidores a la “guerra santa” o jihad, con recompensa inmediata en el cielo para quienes murieran en combate contra los infieles. ¡Tantos siglos transcurridos desde entonces, y los hijos del desierto todavía no la han declarado concluida!

Mahoma murió en Medina el 8 de junio del 632 d.C, sin indicar quién habría de ser su sucesor o califa como líder de la nueva religión recién establecida. Sus revelaciones fueron reunidas después de su muerte en 114 capítulos o suras, que forman el Corán.3

Lo que sucedió en los cien años que siguieron a su muerte es absolutamente asombroso, demostrando cuán profundamente había calado en la mente de sus seguidores el concepto del jihad o “guerra santa”. En ese siglo el Islam extendió a sangre y fuego su férreo dominio desde España hasta las Filipinas e Indonesia.4

Volviendo ahora a nuestras preguntas iniciales, ¿hay alguna porción en las profecías bíblicas referida al Islam? Nada menos que todo el capítulo 9 del Apocalipsis, en la descripción de la quinta trompeta (doce versículos dedicados a la primera oleada de la “guerra santa”, la de los árabes y turcos musulmanes), y la sexta (nueve versículos que describen la segunda oleada, la de los turcos otomanos, con sus períodos culminantes, 150 años, extendidos entre el 27 de julio de 1299 hasta comienzos de 1449, y los 391 años y 15 días, desde 1449 al 11 de agosto del año 1840).

¿Verdad que sería apasionante estudiar el significado de estas escenas simbólicas, reseñadas por Dios siglos antes de que ocurriera toda la historia del Islam a lo largo de unos 12 siglos? ¿Algo más tiene la Biblia para decirnos acerca del Islam y sus centenares de millones de seguidores? Definidamente sí: en el capítulo 18 del Apocalipsis, se describe la esperanza suprema de toda la humanidad, los seguidores del Islam incluidos, la misma que la de todos los que vivimos en estos tiempos finales de la historia de este viejo y agobiado planeta. ¿Cuál es esa esperanza? Así la expresa el sonoro mensaje del Apocalipsis: “Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria. Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia. . . Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites. Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades” (vers. 1–5).

Esta solemne y bondadosa invitación final de Allah (Dios), resonará por todo el planeta, con un poder nunca antes manifestado, poder que será suficiente como para disolver cualquier bruma o velo que pueda estar dificultando la percepción espiritual, como para romper todo lazo, todo compromiso, toda lealtad equivocada: la invitación divina a recibir el más grande regalo de Dios, la vida eterna hecha posible por la muerte de Cristo en la cruz. Sí, quienes todavía creen que es deber del Islam asesinar y eliminar a todos los infieles, verán disiparse ese odio de siglos al escuchar, comprender y aceptar de corazón el mensaje final de la “bendita esperanza”, la segunda venida de Cristo.

Fuente: ElCentinela.com
Autor: Humberto R. Treiyer, reconocido teologo adventista nacido en Argentina. B.A., Colegio Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina. M.A., Instituto Nacional del Profesorado, Entre Ríos, Argentina. M.Div., Andrews University, MI., USA. Th.D., Southwestern Baptist Theological Seminary, Louisiana, USA.
Ex docente y Ex decano de teología de las siguientes universidades; Universidad Adventista del Plata, Argentina; Universidad Adventista de Costa Rica; Instituto de Estudios Superiores en Teología, Filipinas. Es autor de varios libros algunos de los cuales se han utilizado como libros de texto en distintas instituciones.
Referencias bibliográficas: 1. Esta figura de lenguaje que se refiere al animal salvaje e indómito, que vaga a su voluntad en el desierto, describe acertadamente el amor de los beduinos por la libertad mientras cabalgan, endurecidos y frugales, gozándose de la cambiante belleza de la naturaleza y despreciando la vida de la ciudad. Una descripción eminentemente poética del asno salvaje aparece en Job 39:5–8. Poderosas naciones han tratado de conquistar Arabia y someterla a su voluntad, pero ninguna ha tenido un éxito permanente. Los árabes han mantenido su independencia y Dios los ha preservado como un monumento perdurable de su cuidado providencial” (Francis D. Nichol, Comentario Bíblico Adventista, tomo 5, Mountain View, California: Pacific Press Pub. Assn., 1978, p. 331). 2. Los musulmanes no tienen problema alguno en aceptar que el Antiguo y el Nuevo Testamentos fueron dados respectivamente a judíos y cristianos. Sin embargo, sostienen que esas revelaciones adolecen de un doble defecto, que no se da en el Corán. Primero, como corresponden a períodos de desarrollo incompleto de la humanidad, nunca fueron revelaciones plenas; y segundo, se corrompieron en el proceso de transmisión, razón principal de las discrepancias de la Biblia con el Corán. 3. El Corán (“leer” o “recitar”), piedra fundamental de la fe musulmana, según Mahoma, le habría sido dictado palabra por palabra por Allah durante un lapso de 23 años. Por esa razón no debe traducirse; quien quiere leerlo debe aprender el árabe. La obra de edición llevó 20 años, completándosela en 654 d.C. 4. Mientras los pilares fundamentales del Islam se mantienen, por lo menos en teoría, la religión fundada por Mahoma se ha dividido en multitud de sectas, tales como sunnitas (que conforman casi el 90 por ciento de los islamitas), shiítas (zayditas, imamíes, ismailíes), jarichitas (azraquitas, yazidiyyas, sufiítas, ibadíes), yazidíes, ahmadiyya, babismo, bahaismo, etc., lo que explica los conflictos interminables entre estas distintas facciones que no cesan de multiplicarse.

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